9 de noviembre de 2017

Saltando

El vuelo a Salta ha sido bastante movido. Hemos atravesado una tormenta y el piloto ha informado que ha tenido que desviarse de la ruta para evitarla. Durante un rato hemos estado sobrevolando la tormenta y se podían ver los rayos pasando de una nube a otra. A pesar de todo, buen vuelo, aunque llegamos con casi dos horas de retraso sobre el horario previsto.




Teníamos ciertas dudas de si nuestras mochilas iban a sobrevivir al transbordo de un vuelo a otro, y nos agrada comprobar que precisamente son las primeras en salir por la cinta transportadora. 

En el aeropuerto nos esperan los tíos de Nacho, a los cuales va a conocer en este viaje. Se han tomado la molestia de venir cada uno con un coche para poder acercanos a los cinco hasta el hostel donde nos alojamos en el centro de Salta. Nos instalamos rápidamente y salimos a dar una primera vuelta por el centro de la ciudad y comprobar como aquí se cena incluso aún más tarde que en España. Cuando nos levantamos de la mesa cerca de la una de la mañana, aún se está sirviendo comida en alguna mesa.


La mañana siguiente la invertimos en planificación. Es ese momento, que llega en todo viaje largo, en el que te sientas con un mapa y una guía delante y se empiezan a definir los tempos, los lugares y las actividades a realizar durante los próximos días. Recorremos unos cuantos establecimientos de alquiler de vehículos comparando precios y seleccionamos una cafetería con wifi como centro de operaciones. Es en este momento cuando el viaje, hasta ahora bastante improvisado, empieza a tomar forma aunando las inquietudes y preferencias de cada uno de los integrantes del grupo. Ciudades, trekkings, glaciares, familia... Hay tiempo para todo, aunque lo cierto es que a pesar de tener cinco semanas, uno comienza a planificar sobre el papel y se da cuenta que hay que seleccionar, priorizar y dejar cosas pendientes para una futura visita. Nunca se sabe.




La tarde la invertimos en subir hasta el Cerro de San Bernardo, un lugar desde el que contemplar unas increíbles vistas de Salta. Aunque se puede subir y bajar en teleférico, elegimos la opción más deportiva y hacemos el ascenso y descenso caminando. En la cima, además de las vistas, existe una cafetería con terraza, unos saltos de agua artificiales y pequeños puestos ambulantes con productos de artesanía local.


A la noche Jordi y Rosa María, los tíos de Nacho, nos invitan a una magnífica cena en un conocido restaurante local. Como no, cena consistente en parrilladas de carne y productos locales. Desde aquí aprovechamos para darles las gracias, no solo por la cena, si no por el magnífico trato que nos han dispensado durante toda nuestra estancia. Nos han hecho sentir a todos, y no solo a Nacho, como parte de su familia. 




Alquilamos un coche para los próximos dos días que utilizaremos para desplazarnos por la zona y conocer alguno de los múltiples lugares de interés que rodean la ciudad de Salta. El primero de esos destinos nos ocupa todo el día siguiente y será la visita a la Quebrada de Cafayate, al sur de la ciudad. Aclarar que aquí se denomina “quebrada” a lo que nosotros conocemos como cañón o desfiladero. En concreto este desfiladero discurre entre las localidades de Cafayate y Salta, paralelo a la Ruta Nacional 68. EL paisaje se ha labrado por el discurrir del río de Las Conchas, esculpiendo la arenisca roja y dejando caprichosas formaciones rocosas. Exploramos diversos puntos de interés que se suceden como la Garganta del Diablo (otra vez), el Anfiteatro, el Sapo, las Ventanas o los Castillos. Los cortes en las rocas permiten apreciar las distintas capas o estratos visibles ahora como consecuencia de los movimientos tectónicos.




Devoramos kilómetro a kilómetro con la misma intensidad con la que se suceden las fotos y los montajes fotográficos. Disfrutamos a cada paso con un paisaje tan diferente y de tanta belleza.


Después de recorrer más de 350 kilómetros regresamos a Salta y nos recomponemos tras haber viajado los cinco en un modesto Chrevolet Classic, quizás algo más justo de espacio de lo que hubiera sido deseable.




Por la noche somos invitados a casa de los tíos de Nacho donde nos esperan con una suculenta cena. A pesar de que el grueso del grupo andamos con pequeñas molestias estomacales, damos buena cuenta de casi todos los suculentos productos locales que nos sirven: guacamole, humitas, empanadas, fiambres, tomates...


Enfilamos nuestro ultimo día en Salta con otra excursión que realizamos por nuestra cuenta en el coche de alquiler. Se trata de la visita a San Antonio de los Cobres, pequeño y típico pueblo del altiplano ubicado a la mayor altitud de todo Argentina, casi a 4.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. Para esta excursión sufrimos una baja en el grupo y Aitor nos esperará en el hostel, ya que su estado estomacal resulta incompatible con actividades al aire libre.


El pueblo se ubica en la zona de La Puna, al oeste de Salta. Tradicionalmente se trataba de una ciudad minera y ahora básicamente vive del turismo desde que se agotaran los filones y se cerrara el ferrocarril que subía hasta ella. Con el polvo corriendo por sus calles sin asfaltar, las casas de adobe y sin habitantes visibles, este pueblo adquiere un tinte casi desértico. El sol calienta con intensidad a esta altitud, y esta es también responsable de empezar a sentir, muy ligeramente, los primeros síntomas del mal del altura.




El pueblo es también conocido por ser una de las paradas del Tren a las Nubes. Sin duda el trayecto en tren mas famoso de todo Argentina. Se trata de un tren que sale de Salta hacia El Valle de Lerma. El punto más destacado de este viaje es cuando el tren circula por un impresionante viaducto que salva un cañón desértico en La Polvorilla, a 4220 metros de altitud.


A pesar de su aspecto desértico somos sorprendidos por dos (supuestos) agente de la ley que nos paran para solicitarnos toda la documentación e informarnos que circulamos a contramano (dirección contraria). Digo supuesto porque un peto naranja y una gorra es todo cuanto les identifica. Curioso es también, que en un pueblo sin apenas vehículos, sin asfaltado, sin apenas señalización horizontal nos paren dos agentes de tránsito, máxime contando que circulábamos detrás de un vehículo local. Una experiencia para sumar. 




El ascenso y descenso por carretera desde Salta hasta San Antonio de los Cobres se realiza por la Ruta Nacional 40 y es igualmente impresionante. Gran parte del recorrido se realiza por el fondo de un cañón franqueado por dos impresionantes formaciones rocosas a ambos lados. Nos sorprende que a pesar del poco tráfico que parece que soporta la carretera, esta es de buen tamaño y se encuentra en muy buen estado de conservación. Tan solo un tramo de unos 20 kilómetros que se encuentra en obras nos desvia por un improvisado camino que obliga a bajar considerablemente la velocidad. Menos mal que llevamos los tapacubos del coche sujetos con bridas, si no, dudo que hubiéramos regresado con los cuatro.


Ya de regreso en Salta devolvemos el vehículo de alquiler y recuperamos al quinto integrante del grupo. Esta noche emprendemos el viaje hacia Córdoba y para ello hemos elegido en esta ocasión el autobús como medio de transporte. Se trata de un autobús nocturno con unas butacas que se reclinan hasta quedarse en posición horizontal y hacerse casi una cama. La duración del trayecto es de de algo mas de 12 horas e incluye servicio a bordo de cena. Esperamos que la experiencia sea agradable ya que hemos elegido este medio para desplazarnos en dos trayectos más. Lo bueno es que cubres la distancia durmiendo, invirtiendo el tiempo de dormir en desplazamiento y ahorrándonos una noche de alojamiento. Ya os contaré en la siguiente entrega cómo resulta. 

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