28 de abril de 2016

Últimos días en el paraíso

Apuramos nuestros últimos días en el paraíso. Depués de un día de relax en el cual no nos movemos mucho de nuestro resort y sus alrededores, hoy vamos a realizar una excursión en bote por las islas cercanas.

El día comienza temprano. Nos levantamos a las 05:30 para estar preparados a las seis de la mañana en la playa frente a nuestro hotel donde nos recoge el barquero que hemos contratado. Un lugareño con su hijo pequeño como grumete serán nuestra tripulación.

Una vez embarcados, nos dirigimos mar adentro con la esperanza puesta en la primera parada. Objetivo: ver delfines. No nos aseguran al cien por cien que se puedan ver, pero allí vamos nosotros con toda nuestra ilusión, esperando que el madrugón de sus frutos.
Según vamos llegando al lugar donde se suelen dar los avistamientos de estos mamíferos, nos damos cuenta que no somos los únicos en llegar hasta allí. Aproximadamente una veintena de embarcaciones flotan expectantes a nuestro alrededor. No han pasado más de cinco minutos cuando se oyen unos gritos provenientes desde una de las barcas cercanas y al mirar vemos como un grupo de 4 o 5 delfines saltan en la quilla del barco, como acompañándolo en su viaje. A partir de ese momento se convierte en una persecución constante de las barcas hacia ellos. Los delfines se toman esta situación como una diversión, apareciendo y desapareciendo bajo las aguas, como si estuvieran jugando al escondite con nosotros. Así transcurren los siguientes minutos, intentando acercarnos todo lo posible a los lugares donde intermitentemente van saltando. Resulta maravilloso verles nadar y saltar en libertad a nuestro lado. Cuando ya nos dábamos más que satisfechos por el hecho de haberlos podido ver, la experiencia se torna cada vez más espectacular, ya que progresivamente se van incorporando más delfines al baile que van dando a nuestro alrededor. Llega un momento en que nos es imposible verlos a todos, ya que se ven numerosos grupos de delfines por todos lados. Calculamos que durante unos minutos se dan cita allí entre 100 y 200 delfines saltando por todos lados a nuestro alrededor. Cámara en mano intentamos realizar vídeos inmortalizando nuestra visión, pero es imposible centrarse en un único lugar y la cámara va de un lado a otro, como nuestra vista, intentado no perder ni un solo detalle de lo que ocurre a nuestro alrededor. Francamente impresionante.


Navegando con delfines
 

Una vez satisfechos con nuestra experiencia con los delfines, regresamos a desayunar a nuestro hotel mientras nuestra barca nos espera. Una vez que hemos cogido fuerzas para hacer frente al día, continuamos ahora hacia la isla de Balicasang. A unos 45 minutos en barca de la playa de Alona Beach desde donde salimos. 
Nos encontramos de nuevo con una isla paradisiaca. Una isla perfectamente circular y rodeada por completo de un cinturón de arena blanca, con numerosas palmeras y cocoteros en su zona central.
Los alrededores de la isla son famosos por sus fondos marinos, en los que predominan corales de vivos colores y la posibilidad de ver tortugas nadando por sus aguas azul intenso. Provistos de nuestra máscara y nuestro snorkel caminamos por la playa haya uno de los lugares donde se concentran varios barcos de buceo. Nos dicen que en esa zona es fácil que veamos alguna tortuga. Las aguas no están tranquilas y la isla hace de dique en mitad del mar, partiendo las aguas en dos y generando fuertes corrientes en ambos lados.
Siempre con precaución y teniendo algún barco cerca, nos adentramos en el mar con la esperanza de compartir un rato de natación con alguna tortuga. Avanzar se hace difícil en algunos tramos debido a la fuerte corriente, aunque esta no resulta peligrosa, ya que te arrastra hacia la playa. Nuevamente nos sentimos afortunados. En un determinado momento aparece ante nosotros un hermoso ejemplar de tortuga. Calculamos que más de medio metro de tamaño pero que a pesar de su gran tamaño esta suspendida en mitad del agua sin que las corrientes supongan ningún impedimento para que su desplazamiento sea grácil y suave, como si volase. Como las aves cuando aprovechan una corriente de aire y parecen quedar suspendidas en mitad del cielo sin apenas agitar sus alas. 
Acostumbrado a ver estos espectáculos en los documentales de televisión cuesta creer que se esté dando ante nuestro ojos, apenas a unos centímetros de nuestras manos. La sensación de comunión con el entorno es total. Se detiene el tiempo. Y uno tiene la convicción de quepodría  quedarse allí horas viendo cómo la vida transcurre en el fondo marino.
Nadar tras ella se hace complicado y la perdemos a los pocos minutos. Pero no será el único ejemplar, ya que veremos varios más, alguno de hasta un metro de longitud. Intentamos que la cámara acuática registre una pequeña parte de lo que vemos, lo cual hace más complicado nadar tras ellas, al tener una mano ocupada en la grabación.


Nadando con tortugas

 

Sé que he repetido varias veces esta frase a lo largo de las entradas del blog, pero de nuevo vuelve a ser una de las grandes experiencias del viaje. De esas experiencias que sabes que recordarás siempre como algo excepcional.

Después de disfrutar de esta experiencia y de las playas de Balicasang, nos dirigiremos a la conocida como Virgin Island, que es la última parada de la excursión planeada para el día de hoy.

Virgin Island está a unos 30 minutos y resulta ser una curiosa isla en mitad del mar. Curiosa digo, por qué no es una isla al uso. Nada típica. Se trata de un lugar en el que el mar ha depositado una línea de arena blanca de unos 200 metros de longitud y no más de 20 de ancho, que en el momento de nuestra llegada, con la marea alta, está completamente sumergida. Se puede caminar por ella, pero siempre con los pies sumergidos en el agua. Ni un palmera, ni un cocotero, ni rastro de vegetación. Lo que sí que no faltan son los vendedores de perlas (falsas, por supuesto) y un par de improvisados chiringuitos (4 palos con un toldo) donde se puede degustar "algo" que podríamos definir como mezcla entre ostra y caracol gigante. Algo que cocinan de una manera nada apetitosa ni higiénica pero que parece causar furor entre un valor de turistas chinos que allí se ha detenido.

Nos quedamos un par de horas en aquel curioso lugar en el que hacemos pie en mitad del mar antes de emprender el viaje de vuelta a nuestro hotel.

Y prácticamente tras esta entrada vamos dando por finalizadas todas las actividades previstas para esta aventura que ya toca a su fin. Nos resta un día de relax y ya empezaremos a emprender poco a poco el regreso. Desde aquí a Manila en avión, donde haremos noche en el mismo hotel en el que nos alojamos a la llegada. Si todo va según lo previsto, allí recuperaré mi móvil, que ha estado esperándome los 21 días que ha durado esta aventura.

Los pormenores, y seguro que también anécdotas, serán objeto de la última entrada de este viaje a Filipinas 2016.


Leer entrada completa...

26 de abril de 2016

Isla de Bohol

Tal y como finalizamos en la entrada anterior, aquí estamos en la playa de Alona Beach, en la isla de Panglao. Después de recorrernos unos cuantos hoteles, mochilas a la espalda, con 34 grados a la sombra, hemos dado con nuestro oasis. Y no podía llamarse de otra manera: Oasis Resort. Se trata de una pequeña instalación hotelera, que realmente hace honor a su nombre. En el centro del oasis, una piscina azul turquesa rodeada de árboles, cocoteros, palmeras, y bungalows hechos de bambú, madera y horas de palmera. Tiene una discreta salida a la playa de Alona Beach, a través de un bar-restaurante perteneciente también al recinto, aunque la puerta principal y la recepción dan a una calle interior.

Cuanto más tiempo llevamos en él, más a gusto nos encontramos, tanto por la calidad de las instalaciones, como por la amabilidad de su personal y la buena cocina de su restaurante. No hemos podido tener más suerte. La relación calidad precio es más que satisfactoria. Todo para un local que casi pasa desapercibido desde la playa y que aparece discretamente en la guía que traemos de la isla.

El primer día lo invertimos en disfrutar del resort y de la playa, relajándonos de los últimos días de ajetreo en experiencias y desplazamientos. Una vez que cae la noche (recordaros que aquí comienza a anochecer sobre las 18:00 horas) la playa se transforma. Se llena de sillas, mesas, luces de colores, espectáculos de fuego, y actuaciones en directo. Todo el mundo se acerca a ella para cenar, tomar algo en los muchos bares que se abren a pie de playa y hacer alguna compra. Durante el día la actividad suele ser más discreta. Los turistas aprovechan para ir a bucear, excursiones, estar en las piscinas, pero a la noche, ya os digo, que la playa cobra vida.



Al día siguiente madrugamos para comenzar temprano nuestra excursión por la isla de Bohol, la décima isla más grande de las más de 7000 de las que consta Filipinas. La isla de Panglao está unida a la isla de Bohol por dos grandes puentes sobre el mar que la comunican de forma permanente. Lo primero que nos llama la atención, más que en otras zonas de Filipinas, es la profunda influencia Española que aún queda por todos lados. Los nombres de los pueblos y ciudades nos son muy familiares: Valencia, Sevilla, Pilar, Getafe, Trinidad, Antequera, Duero, Buenavista, Punta Cruz y algunos no sólo familiares sino tremendamente cercanos como Corella o Cortes. Hemos contratado un chofer local que nos va a llevar a todos los destinos que hemos seleccionado para hoy.

Lo primero que visitamos es una escultura de bronce denominada Monumento al Pacto de Sangre, y que conmemora el tratado de paz que el explorador Miguel López de Legazpi y el cabecilla del pueblo de Bohol, Rajah Sikatuna, sellaron en marzo de 1565 bebiéndose una taza de sangre del otro a modo de pacto de sangre.

Visitamos la isla de piedra coralina de Baclayon, fundada por los Jesuítas españoles en el año 1727. Es la iglesia de piedra coralina más antigua de Asia y una de las más antiguas de Filipinas. El templo se encuentra en reconstrucción ya que la isla de Bohol fue devastada en el año 2013 por un fuerte terremoto de 7,2 grados en la escala de Ritcher.



Después, y casi sin haberlo planeado, vamos a disfrutar de otra de las grandes experiencias del viaje. Nos dejamos caer por el Loboc Eco Adventure Park, donde nos tiramos por una tirolina de más de medio kilómetro de longitud, que une las laderas de dos montañas próximas, permitiendo sobrevolar las cascadas de un río a varios cientos de metros de altura. Está claro que es una experiencia sólo para intrépidos, pero que se convierte sin duda en una de las cargas de adrenalina del viaje. Por si fuera poco, el medio para volver al punto de inicio es vuelta por otra tirolina que discurre por el mismo impresionante paisaje. ¡Por si con una vez no hubiera habido suficiente! Grabamos numerosos vídeos con la esperanza de que el objetivo de nuestras cámaras haga justicia al magnífico paisaje. 



De ahí iremos a la reserva de mariposas de Bilar, donde se pueden ver más de 200 especies de mariposas diferentes. Allí tendremos la suerte de contar con nuestra guía Ellen, que nos hará la visita mucho más amena además de mostrarnos los diferentes estadíos por lo que pasan los huevos y larvas hasta convertirse en mariposa.



Visitamos también las famosas Chocolate Hills (Colinas de chocolate) que son sin duda una de las tres atracciones turísticas más importantes en Bohol. 

Son 1268 colinas, repartidas en  una superficie de más de 50 kilómetros cuadrados, cubiertas de hierba verde y que durante la estación seca se vuelven de color marrón pareciendo colinas de chocolate, de ahí su nombre.

En Filipinas son el tercer Monumento Geológico Nacional, tras las terrazas de arroz de Banaue, en la provincia de Ifugao, y el Parque Nacional del Río Subterráneo de Puerto Princesa, en la provincia de Palawan, ambos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Por último, visitaremos, cerca de la localidad de Corella, el refugio de tarseros que tiene la Fundación Filipina del Tarsero. El tarsero o tarsier filipino es el primate más pequeño del mundo, mide unos 15 cm (coge en la palma de la mano) por lo que es muy difícil localizarlos. No confundirlos con monos, que son otros primates. La peculiaridad de los primates (de los que descendemos) es que tienen un dedo en oposición, lo cual les permite realizar la pinza. Los tarseros son animales nocturnos y de día duermen en agujeros oscuros cerca del suelo o colgados en alguna rama no muy elevada. Viven en la jungla entre la densa vegetación y se alimentan de insectos.


Pueden girar la cabeza 180 grados a cada lado y sus grandes orejas membranosas se dirigen constantemente hacia el lugar de donde provenga el sonido que detecten. Por sus ojos abiertos como platos ostentan el récord Guinness del mamífero con los ojos más grandes en relación al tamaño del cuerpo. Comparado con las proporciones humanas, tiene los ojos 150 veces más grande que el cuerpo.

Lo único que nos queda por visitar, son las terrazas de arrozales, que ahora en temporada seca no ofrecen ningún atractivo.

Regresamos así a nuestro particular Oasis y nos preparamos para afrontar otro día de relax antes de nuestra siguiente incursión, objeto ya de otra nueva entra del blog.


Leer entrada completa...

24 de abril de 2016

Oslob y sus tiburones ballena

Suena el despertador a las 05:45. Madrugón. Afortunadamente no estamos muy lejos de nuestro destino ya que ayer conseguimos alojamiento muy cerca de nuestro objetivo: el centro de visitas del tiburón ballena de Oslob.

El día de ayer fue un día de viaje, y como empieza a ser habitual en este país, día de desplazamiento, día perdido. Aunque tampoco se puede decir que sea completamente perdido. El hecho de cruzarnos la isla de Cebú completamente de norte a sur, nos permite observar la vida local a nuestro paso por barrios, pueblos y ciudades. Actividad frenética y caótica en la carretera y en sus alrededores. Y de nuevo volvemos a quedarnos sorprendidos de cómo la ordenación del tráfico es desordenadamente ordenada. Visto desde el aire, la escena tiene que asemejarse al trabajo constante de un hormiguero, en el que todas sus integrantes se mueven diligentes de un lado a otro sin estorbarse ni molestarse, dando la sensación de representar una coreografía perfectamente ensayada.

A última hora de la tarde, una vez puesto el sol, llegamos a nuestro destino, la zona de Oslob. Allí, tras un rato de búsqueda saltando de alojamiento en alojamiento, acabamos en unas pequeñas construcciones al lado de la playa y del centro de visitas del tiburón ballena, que será nuestra actividad para el día de hoy. El pequeño alojamiento está regentado por Rosita, una mujer filipina que probablemente tenga menos edad de la que aparenta, que nos trata con un cariño y una dedicación digna de resaltar. Si alguna vez llegáis hasta aquí, preguntad por ella. Os lo recomendamos. Además del alojamiento, nos soluciona el desplazamiento de mañana, facilitándonos enormemente nuestro viaje hasta la isla de Panglao, al ofrecernos un transporte por mar directo que no aparece en ninguna guía de viajes y que nos ahorra cuatro intercambios, tiempo y dinero.



Para las 06:00 de la mañana ya estamos en el centro de visitas. Nos han dicho que acudamos temprano porque al ser sábado el número de turistas extranjeros y locales que se acercan para visitar al pez más grande del mundo se incrementa considerablemente. Como os decía, el tiburón ballena está considerando el pez más grande del mundo, puede llegar a medir 12 metros de longitud y pesar 19 toneladas. A pesar de la fama que los tiburones pueden tener en cuanto a su agresividad hacia las personas, éste en concreto, se le considera completamente inofensivo. Se alimenta únicamente de plancton que filtra de las grandes cantidades de agua que absorbe por su boca.

Contra todo pronóstico, y a pesar de toda la gente que hay ya en el centro, para las 06:15 nos llaman y nos dirigimos ya hacia el bote que nos va a llevar a la visita. Consiste en dirigirnos con los botes a unos 20 metros de la playa, hasta donde los tiburones ballena han cogido la costumbre de acercarse para recibir el alimento que, desde otros botes, los guías les van echando. Unos diez botes llegan hasta el lugar donde se va a interactuar con ellos. Los botes se van encordando unos a otros estableciendo una línea, a lo largo de la cual, van subiendo y bajando las barcas que echan el alimento, consiguiendo así que los tiburones se paseen arriba y abajo delante de las barcas de cuantos nos hemos acercado hasta allí.
Las opciones de visita son varias: inmersión con botella, nadar con ellos con máscara y snorkel o verlos desde la barca. El precio varía según la opción elegida y también, según se sea extranjero o local. Nosotros, y prácticamente la inmensa mayoría de los que van con nosotros, hemos elegido la opción de nadar con ellos con snorkel. Así que una vez encordadas las barcas, nos echamos al agua con una mezcla de tensión, nervios y expectación. Apenas dos minutos después, vemos como una grandiosa silueta comienza a acercarse y vemos pasar a escasos metros de nosotros un inmenso escualo (aunque dicen que este es pequeño) de unos 4-5 metros de largo.



Os podéis imaginar que la sensación es indescriptible. Verse uno nadando, a tan escasos metros que casi se le puede tocar, de una criatura tan grande, te hace sentir terriblemente pequeño. Es inevitable sentir una sensación de profundo respeto cuando ves pasar su silueta ante ti. 
Esta ha sido sin duda una de las grandes experiencias del viaje, y es uno de los pocos lugares del mundo en los que se puede llevar a cabo. No deja de ser algo parecido a un zoológico, y aunque los animales están en libertad, la intervención del hombre asoma por todos los aspectos de la experiencia. Existen, de hecho, numerosos ecologistas y organizaciones que están en contra de estas prácticas porque anulan la capacidad de estos animales para buscar alimento por sí mismos e incluso modifican sus movimientos migratorios, al verse que tienen la comida asegurada con estas prácticas. Sea como fuere, no parece que sea un actividad que se vaya a modificar, a la vista de cuan rentable se antoja para las autoridades locales.

Una vez finalizada la experiencia, que no nos lleva más de una hora, acudimos al bar de nuestra anfitriona Rosita, para desayunar en una terraza mirando al mar y viendo como los turistas se suceden interminablemente en su visita a los tiburones.

Como os anticipaba antes, gracias a Rosita hemos conseguido un barco que cruza directamente a la isla de Panglao. Ahorrándonos así el taxi hasta Loli-An, de ahí cruzar en bote a Sibulan, ahí coger un taxi hasta Dumaguete, desde ahí un barco rápido hasta Tagbilaran y de ahí en taxi hasta la playa de Alona Beach en la isla de Panglao. Como veis el ahorro de trasbordos, tiempo y dinero es considerable, máxime conociendo ya como son los transportes en este país.



Llega uno de los momentos que estábamos evitando desde el inicio del viaje, y es la despedida de dos de los integrantes del grupo. Alejandro y Nacho se despiden hoy de nosotros, ya que ellos tienen el viaje de vuelta a España para mañana, no pudiendo finalizar el resto de la aventura con nosotros. La despedida es rápida ya que nuestro transporte espera, pero tanto a los tres que nos quedamos, como ellos dos que se marchan, nos invade una sensación de tristeza. Unos por perder a dos magníficos compañeros de viaje y otros por no poder continuar la última semana que nos queda. Quiero, desde esta entrega del blog, agradecer el buen viajar que hemos tenido con ellos. No habíamos viajado nunca juntos, pero si hubiera que resumirlo en una palabra, sería: fácil. Y es que en tantos días, con todas las decisiones que hemos tenido que tomar, contratiempos, cambios, adaptaciones y demás, no ha habido ni una mala cara, ni una mala contestación, ni un reproche. Al contrario, todo ha sido siempre consensuado rapidamente, con risas, con ilusión y sacando siempre lo bueno de todas las experiencias que hemos tenido. Sin ninguna duda, el viaje no hubiera sido igual sin ellos. Así que, ¡gracias a los dos! y sobre todo, que coincidamos pronto en otro destino y que hagamos una despida a la vuelta como se merece (Aitor, vete preparado los bogavantes :-)).

El viaje en barco hasta la isla de Panglao resulta, como viene siendo ya costumbre, otra pequeña aventura. El barco, es un Bangka de los que estamos habituados a coger, con capacidad para unas 30-40 personas. Atracado a unos 50 metros de la playa, hay que aproximarse en una diminuta barquichuela con capacidad para 3 personas máximo con sus maletas, remolcado por dos grumetillos filipinos, nadando uno a cada lado. A punto, a punto, estamos de dar con nuestro huesos y nuestra maletas en el agua. Entre lo que se mueve y el oleaje, llegamos milagrosamente hasta el barco, al cual tenemos que encaramarnos con alguna dificultad. El viaje dura unas dos horas y media, durante las cuales se ha parado el motor una vez, y hemos visto que achicaban agua del cuarto de máquinas unas 6 o 7 veces. Algo que a los tripulantes no parecía preocuparles demasiado, pero que digamos que a nosotros no nos ha pasado desapercibido.
Cuando ya parecía que por fin habíamos llegado, el barco no puede aproximarse más a la playa y nos deja como a un kilómetro de la misma. Si, he dicho bien, a un kilómetro. El agua cubre hasta la cintura y todos los pasajeros nos vamos bajando al agua y tenemos que ir caminando hasta tierra firme. Las maletas y mochilas las llevan en el pequeño bote que antes han utilizado para aproximarnos. El trayecto hasta allí está plagado de estrellas de mar, algas, agujeros, piedras, arena y erizos de mar. Algunos pierden o rompen sus chanclas por el esfuerzo de caminar contra la resistencia del agua y tienen que terminar el trayecto andando como si fueran en un campo de minas, intentando evitar los erizos.

Un rato, y un paseo en minibus después, llegamos a la playa de Alona Beach. Playa que según las guías y los turistas es una de las mejores playas de Filipinas. Muchos la asemejan e incluso la definen mejor que las playas de Boracay. De la misma calidad, pero mucho menos turística.



Aquí en la playa de Alona Beach en la isla de Panglao es donde vamos a establecer la base de operaciones para nuestra última semana en Filipinas que ahora comienza. Alternaremos días de descanso y relax en algún resort con excursiones e incursiones a la isla de Bohol, en la que aún nos quedan muchas cosas por ver, deseosos de seguir contándooslas en las próximas entradas del blog.

Leer entrada completa...

22 de abril de 2016

Malapascua

Increíble, pero aquí estamos. Son las 21 horas aproximadamente y hemos conseguido llegar hasta nuestro destino. Si recordáis, nos quedábamos intentando llegar hasta la isla de Malapascua en un solo día. Y aquí estamos. Todo ha salido rodado y hemos conseguido encadenar los tres medios de transporte que necesitábamos, de manera satisfactoria. 
Primero el avión desde Puerto Princesa a Cebú. Salimos con casi una hora de retraso pero ganamos algo de tiempo en vuelo. Una vez en Cebú negociamos directamente en la terminal del aeropuerto un taxi para los cinco que nos lleva hasta el puerto de Maya, en el extremo norte de la isla.
La experiencia en taxi, pues eso, toda una experiencia. Salir del aeropuerto de Cebú, nos cuesta aproximadamente una hora. Coches y motos por todos lados. El tráfico atascado. Y para colmo, agentes regulando el tráfico en cada cruce que en muchas ocasiones no permitían a nuestro chófer girar donde quería. 
Resultado: nos lleva 4 horas recorrer los 130 kilómetros que separan el aeropuerto de Cebú con el puerto de Maya. El trayecto no tiene mucha pérdida. Una vez que salimos del atasco el recorrido no es más que una sola carretera recta. Que hayamos contado solo hemos realizado 3 giros en 3 cruces que nos hemos encontrado en el camino.



Cuando llegamos al puerto es ya de noche. Hay varios taxis vacíos aparcados y muchos barcos atracados. Un grupo de unos 15 adolescentes filipinos (no tendrán más de 16 años) se concentran en una pequeña caseta. En cuanto nos ven con las mochilas a cuestas se acercan a nosotros ofreciéndonos un bote para pasar a la isla de Malapascua por una cantidad que nos parece desorbitada. Tras un rato de negociación conseguimos pagar lo que inicialmente nos decían como imposible. Aquí, la actividad del regateo es imprescindible. Se nota que la principal fuente de ingresos es el turismo, al cual cuidan e intentan engañar a partes iguales. 

El bote resulta ser un banco que transporta mercancías para los resorts de la isla y aprovechan para sacar un sobresueldo pasando turistas. En el barco tenemos la suerte de que viaja una chica filipina que trabaja en un resort y que nos lleva hasta él, por un precio muy interesante. El sitio completamente nuevo no está en la playa, sino en el interior, pero a su favor decir que las instalaciones, la habitación y el baño son de lo mejor que hemos encontrado durante el viaje. 

Los días en la isla de Malapascua se suceden disfrutando de la tranquilidad local, de su playa, de algún resort con piscina y de masajes improvisados en cualquier lugar. Nuestro momento preferido del día es de las 17:30 a 19:30 horas, en el que el sol ya se ha retirado, la temperatura desciende algunos grados y proliferan numerosos lugares en los que tomar algo en la playa tumbados en una hamaca de mimbre o sentados en enormes puffs de vistosos colores. Sentados o tumados en torno a una mesa de madera iluminadas por la cálida luz de una vela tomamos toda clase de batidos naturales y cervezas locales, San Miguel, por supuesto. Hay que reconocer que el monopolio que tienen es total. Quitando alguna cerveza de importación europea o americana que hemos visto en algún bar muy turístico en el resto solamente encontramos la marca San Miguel.



Uno de los días realizamos una excursión a la isla de Kallangaman. A una hora y media en bote de la isla de Malapascua. Si alguien te pregunta el concepto de isla paradisíaca.... esta saldría como ilustración de la definición en el diccionario. Ya desde que se comienza a dibujar la silueta según nos acercamos se adivina la majestuosidad del sitio. En mitad de una vasta extensión de agua en calma se observa una pequeña isla que apenas alcanza unos metros de altura sobre el mar, rodeada por completo de fina arena blanca (que luego resultaran ser pequeños restos coralinos) y salpicada en su interior de verdes palmeras y cocoteros que se dirigen en todas las direcciones del espacio. Algunos de ellos desafían a la gravedad con prácticamente todas sus raíces fuera, inclinados, pero resistiéndose a caer sobre la arena. Alrededor de ella, la tonalidad azul intenso del mar desciende varios tonos, hasta arrojar un color turquesa que parece brillar con luz propia. 
Durante nuestra aproximación en bote tenemos la suerte de ver un grupo de delfines que saltan y juegan sobre la superficie del agua. A la vuelta, además, veremos también peces voladores que, al paso de nuestro bote, escapan hacia los lados con vuelos de hasta 50 o 70 metros a ras del agua, antes de caer y sumergirse de nuevo. 

El día en la isla transcurre con tranquilidad y relax. Aprovechamos para recorrerla a pie de un extremo a otro y para nadar desde la mitad hasta uno de sus extremos. El baño se recomienda hacerlo solamente en uno de los laterales, debido a las fuertes corriente que los guías nos indican que hay en el otro lado y en ambos extremos. 



Simultáneamente, Nacho, nuestro intrépido buceador del grupo, aprovecha para hacer tres inmersiones en proximidades de la isla de Malapascua. Una de ellas para ver a los tiburones zorro que se dan en esas aguas. Nos cuenta la experiencia impresionado y emocionado por haber podido ver de cerca a estos escualos. 

Además de todas estas experiencias la isla nos oferta también una de las mejores experiencias gastronómicas que hemos tenido, tanto por precio como por calidad. Si alguien viene alguna vez hasta aquí, recomendamos encarecidamente acudir al restaurante Gins Ginas. Todo cuanto hemos probado de su carta local está muy bueno y a uno de los precios más baratos que hemos pagado en todo Filipinas.

La isla ya no tiene mucho más que ofrecernos. Curioso resulta recorrer sus calles, por llamarlas de alguna manera. Alejandro las asemeja a los pequeños caminos que hacen las lindes de los huertos de La Mejana (zona de huertas de Tudela) y la verdad es que no le falta razón. Son pequeños callejos serpenteantes, delimitados por juncos, cañas o bloques de hormigón, de apenas un metro de ancho en algunas zonas y todos llenos de arena de playa como firme. Sin apenas iluminación, resulta curioso ver cómo para el segundo día nos movemos con absoluta soltura, yendo de un sitio a otro e incluso permitiéndonos el lujo de encontrar atajos. 



Nuestra última mañana en la isla no la comenzamos demasiado temprano. Desayunamos en nuestro restaurante predilecto para después desandar el camino que nos trajo hasta aquí. Nuestro destino hoy es llegar a Oslob, zona cercana a la ciudad de Santander, en el extremo sur de la isla de Cebú. Pero nuestra aventura para llegar hasta allí y lo que el viaje nos depare en esa nueva zona será objeto ya de una nueva entrada. 
Leer entrada completa...

20 de abril de 2016

Puerto Princesa

Entrada corta pero intensa. Así podríamos resumir el día de hoy. Día que comienza muy temprano. Nuestra furgoneta-taxi nos recoge a las 03:45 de la mañana en la puerta del hotel en el que nos alojamos. Nos sorprende la puntualidad, ya que estábamos convencidos de que la espera sería larga. 
Nos acomodamos en el interior intentando ponernos lo más confortables posible, dentro de las limitaciones que poner 4 filas de asientos confiere a una furgoneta de estas caracaterísticas.
Sobre las 04:00 horas estamos saliendo de la ciudad de El Nido y comienza un auténtico rally por las carreteras de la isla de Palawan rumbo a Sabang. Las carreteras son serpenteantes y llenas de cambios de rasante haciendo el trazado muy parecido al recorrido de una montaña rusa. Pero lo realmente impresionante es como el conductor se mete en el papel de Carlos Sainz apurando las marchas, pisando el acelerador y haciendo adelantamientos imposibles. Las reglas de circulación adquieren una nueva dimensión en estos países. Que viene uno adelantando de frente... pito. Que voy a adelantar y no veo si viene nadie... pito. Que voy a saltarme un semáforo en rojo... pues también pito. 
Dormir a bordo se convierte en misión imposible. Entre los pitidos, la velocidad, la irregularidad del firme y los volantazos en los adelantamientos no hay quien consiga mantenerse en la misma posición más de 5 minutos.

Tras cinco horas de viaje y una breve parada para desayunar, llegamos a nuestro destino, o eso creemos. Nuestro taxi se detiene en un apeadero parcialmente cubierto por una destartalada marquesina y el conductor nos dice que nos bajemos. Le preguntamos si ya hemos llegado y nos dice que no, pero que su viaje acaba ahí, que él continúa para Puerto Princesa y que debieran venir a buscarnos pronto. ¿Quién? No sabe. ¿Cuándo? Tampoco.

De nuevo volvemos a confíar en que alguien vendrá a por nosotros. Vemos una sucesión constante de furgonetas turísticas dirección al río subterráneo. A una de las que para le mostramos el pequeño ticket con el nombre de la compañía con la que hemos contratado la excursión y nos dice que vendrá dentro un rato, tiempo que no sabe precisar. Finalmente acaba apareciendo una furgoneta similar a la que nos ha traído hasta aquí, pero esta con todas su plazas ocupadas por turistas con sus respectivas maletas. Resulta curioso comprobar cómo aquí los problemas y las adversidades no les preocupan, y como además terminan siempre haciéndolas tuyas y nunca suyas. ¿Qué no coge el equipaje en la furgoneta? Pues allá tú. O te lo pones en los pies o lo llevas encima. Así que ya os podéis imaginar, 12 personas con sus respectivos equipajes en una furgoneta. 



Desde donde nos ha cogido nuestra guía hasta que llegamos a la costa oéste tenemos 36 kilómetros, que tardamos algo menos de una hora en recorrer. Allí entramos en el Parque Natural del Río Subterráneo de Puerto Princesa, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En concreto, vamos a visitar una parte de dicho río subterráneo que da nombre al parque. El Río Subterráneo de Puerto Princesa fue elegída una de las 7 maravillas naturales del mundo, y pasará a ser la segunda que hemos visto, tras visitar la Bahía de Halong cuando estuvimos en Vietnam. 
Se trata del mayor rió subterráneo del mundo, que discurre bajo la montaña de St Paul, de aproximadamente 1000 metros de altitud. Las múltiples lluvias caídas a lo largo de miles de años han hecho que el agua filtrada haya ido disolviendo y arrastrado diferentes minerales y favoreciendo la formación de cuevas, cavernas y pasadizos en su búsqueda de la salida al mar. En línea recta son más de 8 kilómetros navegables, aunque en la visita de hoy nosotros vayamos a hacer únicamente los 1.5 kilómetros finales. Son los únicos que están acondicionados para visitarlos por el público, quedando el resto para expediciones geológicas y permisos especiales para su exploración. En total, según cuentas los guías, sin sumáramos todos los ramales, grietas y grutas suman más de 30 kilómetros bajo la montaña.

Su interior es una maravilla natural en sí misma, con multitud de animales y minerales que viven en la más completa obscuridad. De hecho, hasta existe un mineral, formado por los restos de los excrementos de los murciélagos mezclados con calcita, que fue descubierto por primera vez en este lugar.



El viaje por su interior lo hacemos en un bote de remos para 10 personas llevado por un guía, una audioguía en nuestro idioma y como iluminación únicamente un frontal led en la cabeza del guía.
A pesar de que al visitar solo una parte del mismo se pueda entrar con la sensación de que no se va a ver mucho, la verdad es que no se puede estar más equivocado, ya que es realmente un recorrido enorme. Sorprenden y maravillan las caprichosas formas que la roca ha ido adquiriendo en su interior. Formas imposibles, rocas que se retuercen, estalactitas que se juntan con las estalagmitas del suelo formando columnas imponentes. Formas que parecen salidas de la mente de un genial arquitecto y ejecutadas a la perfección por la madre naturaleza. Algunas de las cavidades por las que pasamos sorprenden por su grandiosidad. Varias de ellas más altas que la cúpula de una catedral, perdiéndose el haz de luz sin llegar a iluminar el final. Por un momento uno retrocede en el tiempo y se siente como debieron sentirse los que accedieron a esta cueva por primera vez, en sus botes de juncos y bambú en su afán por descubrir lo desconocido. 

El ruido en el interior es una sinfonía de aullidos y chillidos de murciélagos en su intento de orientarse, buscar la salida o localizar pequeños insectos en vuelo con los que alimentarse. 



Y así, tras casi una hora en su interior, volvemos a salir al ardiente sol del medio día. La tarde la emplearemos en volver, con la furgoneta que nos ha traído, a Puerto Princesa, ciudad más grande de la isla de Palawan. Allí nos alojamos en un hotel (por llamarlo de alguna manera) muy cerca del aeropuerto (eso sí tiene de bueno). El baño de nuestra habitación parece salido de una película de terror. Además, descubrimos que no estamos solos y que hemos alquilado junto con la habitacion varias decenas de mosquitos que campan a sus anchas. Baygon en mano salimos victoriosos de una guerra por el control de la habitación asegurándonos ser los únicos inquilinos que vamos a hacer noche. 

Andamos un poco por sus calles céntricas, cenamos y tomamos una cerveza en lugar donde actúan en directo las primas asiáticas de las Supremas de Mostoles en su versión amateur. Tras dos interpretaciones de chillos a todo volumen, decidimos que ya es suficiente y damos por finalizada la noche, retirándonos a descansar después de un día que ha comenzado demasiado temprano. 

El día siguiente va a ser un día invertido únicamente en desplazarnos. Objetivo: llegar a la isla de Malapascua. Para ello tendremos que coger un vuelo de Puerto Princesa a Cebú. Allí conseguir un autobús o un taxi que nos lleve hasta Maya, extremo norte de la isla, desde donde coger un bote que nos cruce hasta la isla de Malapascua. Demasiadas cosas para un día. Veremos hasta dónde llegamos. 
Leer entrada completa...

18 de abril de 2016

El Nido

Nuestro Ferry espera. O más bien al contrario. Porque aquí nunca sabes quien espera a quien. Pueden estar los pasajeros, el avión, el Ferry.... y tardar más de una hora en salir sin motivo aparente. Nos empezamos a amontonar en una especie de sala de embarque a la espera de que nos den la orden de embarcar. Con más de una hora de retraso recorremos la estrecha pasarela de metal que nos sube al que será nuestro medio de transporte durante las casi siete siguientes horas.  

El Ferry es una embarcación de madera con capacidad para unas 80 personas que se disponen entre un banco corrido acolchado que recorre todo el lateral interior y unos bancos de plástico. Comprobamos como los Filipinos están mucho más preparados que nosotros para dormir en cualquier lugar o dejar pasar el tiempo sin hacer nada con absoluta  tranquilidad. 



Pasado el medio día desembarcamos en la pequeña y turística ciudad de El Nido, en el final de una bahía flanqueada por escarpadas montañas completamente cubiertas de vegetación. El espacio que disponen para construir es realmente escaso, ya que la orografía del terreno enseguida levanta unas paredes rocosas que impiden continuar el asentamiento humano pasado ese punto. 

Una vez conseguido alojamiento, duchados e instalados invertimos la tarde en caminar por las calles del centro, cambiar moneda y tomar algo en alguno de los muchos locales que extienden sus dominios hasta casi la línea donde rompen las olas en la playa. Dejamos cerrado el plan para los próximos 4 días contratando algún tour en una especie de agencia de viajes local (dicho así suena a algo perfectamente organizado, cuando realmente se trata de una pequeña caseta de bambú en medio de una calle atendida por una adolescente de 17 años). 

La noche dará mucho de sí a pesar de las escasas opciones que tenemos. Primero nos damos el lujo de cenar en un restaurante en la playa. A la entrada del restaurante se suceden  estanques y recipientes con toda clase de animales marinos. Seleccionamos 3 langostas que pesan en torno a los dos kilos de peso y nos sentamos a tomar una cerveza mientras cocinan a los pobres animales. El reto consiste en dar cuenta de nuestro manjar sin tenazas ni ningún instrumento que ayude a romper su cáscara y sus patas. Como colofón nos dirigimos a otro bar de playa donde escuchamos a un grupo local en directo versionando canciones internacionales   Finalmente damos con nuestros huesos en otro local donde otro grupo en directo mueve a los turistas y locales a ritmo de Bob Marley y otros éxitos del reagge. Allí conocemos a un grupo de 11 bomberos españoles que están de viaje como nosotros. Una vez finalizada la actuación del grupo en directo, el local se transforma en una disco abierta a la playa donde un bilbaíno es el encargado de seleccionar las canciones que se van sucediendo una tras otra hasta altas horas de la madrugada. Siempre resulta sorprendente ver cómo el ron con coca cola mejora las conversaciones en inglés más que un curso intensivo en Cambridge. 

El día siguiente será un día "buffer". Llámese a esos días que se invierten en no hacer nada en mitad de un viaje y que sirven para descansar, dormir, pasear sin ningún destino y empaparse de la vida y las costumbres locales. 



El fin de semana va a ser de actividad constante. Comenzamos a disfrutar de los tours contratados. En concreto hemos seleccionado el Tour A y el Tour C de los 4 que hay disponibles, que incluyen la visita a múltiples islas. La noche la vamos a pasar en una playa desierta donde dormiremos en tienda de campaña. 

Los tours se convierten en una sucesión de lugares y playas paradisíacas. Un mar en calma separa las diferentes islas que surcamos en nuestro pequeño bote. Una embarcación para unas 10-12 personas con 3 tripulantes que nos hacen de guías y cocineros al mismo tiempo. Imagino que habrá más sitios como este para hacer snorkel, pero he de decir que nunca había estado en ninguno igual. El mar arroja todas la tonalidades e intensidades de azul que podáis imaginar. Desde el bote se divisa sin problemas el fondo marino a través del agua cristalina. Una vez nos sumergimos dentro, la sensación es la de haberse caído en un acuario. Multitud de peces y especies marinas aparecen y desaparecen por todos lados. Seguimos aprovechándonos de Nacho para conocer tipos y nombres de peces. La temperatura del agua, caliente todo el tiempo, solo es interrumpida de vez en cuando por alguna corriente más fría, que sirve para ser conscientes de su calidez. Es imposible centrar la vista en un punto concreto. Nuestros ojos van de un lado a otro dentro de nuestra máscara intentando captar toda la vida que se da a nuestro alrededor. Uno tiene la sensación de flotar, de volar, de que el tiempo se detiene y de que se tiene la suerte de estar disfrutando de una de esas experiencias únicas e irrepetibles con las que de vez en cuanto te recompensan los viajes. 



Pasar la noche en la isla va a ser una nueva aventura. Estamos llegando a un nivel máximo de confianza en el pueblo filipino. Nos dejan a los 5 en la playa de una isla y el barco se va a dejar al resto de los que nos acompañaban a la ciudad de El Nido. Nos prometen volver enseguida con la cena y las tiendas de campaña. Así que nos instalamos y esperamos a que cumplan su promesa. Conforme avanza el tiempo y no aparecen no podemos evitar bromear con qué ocurriría si no volvieran, o como han podido sobrevivir los náufragos en islas como estas.
Nos damos un baño y aprovechamos para fotografiar una de las puestas de sol mas sorprendentes que haya visto nunca.
Finalmente aparece nuestro barco con una sorpresa. Tres de las chicas que han hecho el tour con nosotros se han venido también a pasar noche. Montamos las tiendas. Nos preparan la cena y disfrutamos de la sensación de acampar en plena playa. El mar, además, nos obsequia con un pequeño regalo: unos diminutos peces bioluminiscentes que emiten una intermitente luz al acercarse a la playa. De postre ron de marca desconocida con coca cola para amenizar la noche. Algo de música, risas y también tiempo para sentarse y disfrutar del cielo estrellado y del paisaje. 



Así transcurre la noche, mejor para unos que para otros en cuanto a dormir se refiere. Entre el viento que agita la tienda desde fuera y los ronquidos que lo hacen desde dentro, unido a que dormimos directamente sobre la arena, hace que el sueño no sea del todo reparador para algunos. 

Y con estas experiencias nuestros días en El Nido llegan a término. Siguiente destino Puerto Princesa. 





Leer entrada completa...

16 de abril de 2016

Isla de Corón.... y buena suerte

¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!..... ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!... Me despierto sobresaltado. Alguien aporrea la puerta de nuestra habitación. Me levanto rápidamente y el primer pensamiento que me viene a la cabeza es que quizás el conductor del taxi ha encontrado el móvil, pero no. Al abrir la puerta me encuentro con la cara de Alejandro diciéndome: ¡venga arriba!. Así que nos levantamos y comenzamos preparativos. Tenemos que coger un vuelo que nos lleve a Busuanga. Destino a ciudad de Corón. 

Intento quemar los últimos cartuchos de recuperar el móvil y bajo a la recepción a ver si saben algo nuevo. La chica que está ni siquiera sabe nada al respecto. Así que comenzamos desde el principio, contándole lo sucedido y viendo de nuevo las cámaras. Lo bueno es que se maneja con el programa de visionado de imágenes mucho mejor que su compañera de noche. Tras repetir a cámara lenta varios fotogramas conseguimos llegar a ver el número de taxi completo que figura escrito en un lateral y tras numerosas llamadas de teléfono damos con la compañía. Tras contactar con ellos nos facilitan el teléfono del conductor. Hablamos con él y.... nos dice que no ha encontrado nada. Mala suerte. Ahora ya sí que lo doy por perdido definitivamente.
Todas estas gestiones las hacemos en plan programa de televisión. Por un momento me siento el concursante de algún espacio televisivo en el que tengo que conseguir realizar la prueba antes de que se agote el tiempo. Mientras mis compañeros recogen mis cosas en la habitación y el taxi nos espera fuera para llevarnos al aeropuerto, yo apuro todas las opciones que se me ocurren para intentar recuperar un teléfono que cada vez doy más por perdido. No han transcurrido ni cinco minutos desde que hemos hablado con el conductor cuando intentamos llamar de nuevo a mi número, que aún sigue dando toque de llamada, y alguien contesta. Es el conductor del taxi. Creemos que al decirle que se había extraviado habrá mirado en el taxi y lo habrá encontrado. Hacemos que el personal de recepción hable con él y no le vemos muy interesado en devolver el teléfono. Que si está lejos. Que si ahora no puede. Que si luego trabaja... Le ofrecemos una recompensa y le pedimos que traiga el teléfono al hotel a la noche. Muy interesado en saber de cuanto es la recompensa, esquivamos la pregunta diciéndole que suficiente. 
La recepcionista del hotel nos facilita su teléfono para poder comunicarnos con ella por whatsapp e informarnos de si el teléfono es recuperado o no.



Y así, con ese panorama mucho más esperanzador, cogemos nuestro taxi que nos ha de llevar rápidamente al aeropuerto de Manila.
El trayecto se ve mucho más ajetreado y caótico que el día de llegada. Hoy es día laborable y eso se nota en la intensidad del tráfico. A mitad de recorrido nos quedamos parados en una calle por un autobús que intentando dar una curva se ha quedado bloqueado. Pasan los minutos y el autobús sigue obstaculizando el paso de vehículos. Por instantes valoramos la posibilidad de bajarnos, rebasar a pie al autobús y coger un taxi más adelante. Finalmente y tras múltiples maniobras el autobús consigue dar por completo la curva y desbloquear la calle.
Contra todo pronóstico llegamos en hora a nuestra terminal del aeropuerto, sobrándonos tiempo incluso para tomar un frugal desayuno-comida adquirido en las tiendas del interior de la terminal.

El avión, un pequeño aparato de hélices, nos recibe en la pista de aterrizaje desde la cual nos montamos directamente a través de un estrecha escalerilla. Nos encajamos cómo podemos en nuestro asiento. Las dimensiones son comparables a las de un autobús. Dos filas de dos asientos a cada lado con un pasillo central. Despegamos con más de una hora de retraso pero como contrapartida tenemos un cómodo vuelo hasta el aeropuerto de Corón. En el viaje conocemos a Jefrey, quien resulta ser todo un descubrimiento. Chino de 56 años, instructor de buceo, que se dirige a ver el resort que uno de sus amigos chinos acaba de echar a andar en la ciudad de Corón. Nos gestiona alojamiento y una pequeña furgoneta para llegar hasta él. Somos los primeros huéspedes de un pequeño resort situado en primera línea de puerto, con una piscina de agua salada pegando directamente al mar. No hemos podido tener más suerte. El resort de nombre Medusa resulta ser de lo mejor de toda la ciudad y aún precio realmente barato.



Para los dos días siguientes contratamos un pequeño barco (llamados Bangkas) que nos llevará por la diferentes islas y playas. Aguas cristalinas y playas de ensueño nos reciben allí donde vamos. En la isla de Corón visitamos, tras unas escarpadas escaleras, un gran lago interior en cuyas tranquilas aguas nos bañamos. 
Lo bueno de llevar nuestro propio bote y no haber contratado las excursiones turísticas, es que al llevar un ritmo diferente estamos casi siempre solos en las playas que visitamos. En algunas de las cuales hemos estado solos completamente. La sensación de sentirnos únicos visitantes de una isla paradisiaca es indescriptible. 
Aprovechamos los conocimientos de Nacho, enamorado del buceo, para hacer snorkel viendo un fondo marino que sería la envidia de cualquier acuario: esponjas, anémonas con sus pequeños Nemos, peces flauta, peces pequeños y medianos... Toda una experiencia para los sentidos poder ver a los animales en su hábitat natural nadando e interactuando unos con otros. 

Una de las tardes, en Banana Beach, echamos una siesta en unas hamacas colgadas entre dos cocoteros, viendo el mar y mecidos por la brisa marina. Todos coincidimos en que no sería un mal sitio para retirarse. 
En nuestros viajes de isla en isla pasamos por islas privadas, bien en las que se han instalado complejos hoteleros de lujo o bien compradas por ricos que han construido una residencia vacacional. Si tenéis 1 millón de euros y no sabéis qué hacer con él, igual es una opción que deberíais tener en cuenta. 



Descolgamos a Nacho un día en el que se va a hacer tres inmersiones de submarinismo. En una de las ellas visitan el interior de un barco japones hundido durante la Segunda Guerra Mundial. Vuelve emocionado, contando maravillas y a la noche tenemos la oportunidad de compartir su experiencia viendo el vídeo de la inmersión en la pantalla de la televisión que tienen en el bar-restaurante del hotel donde estamos. 

Entre tanto y como colofón a todos los esfuerzos puestos en su recuperación, recibimos la buena noticia en forma de whatsapp de que mi teléfono está ya en la recepción del hotel donde nos alojamos en Manila. Buena suerte. Tras valorar la opción de mandar una empresa de mensajería urgente, decido dejar el móvil a buen recaudo en la recepción del hotel, máxime tras ver que la palabra urgente aquí adquiere una nueva definición. Prefiero asegurar su recuperación aunque eso signifique pasar el resto del viaje sin móvil. Más que por la necesidad de estar en contacto, es sobre todo porque el móvil se ha convertido en una herramienta de viaje fundamental: localizadores de vuelo, de alojamientos, conversor de moneda, traductor, poder realizar transferencias entre tus cuentas en un momento dado, hacer el checking online de los vuelos, cámara de fotos, copias de documentos de viaje....  Pero bueno, la ventaja de viajar en grupo es que aquello que uno no tiene, ha olvidado o perdido, es compartido de buen grado por los demás. En ese aspecto no puedo estar más agredecido a mis compañeros de viaje y desde aquí les agradezco todo el apoyo en este episodio. 



Nuestro tiempo en ciudad Corón llega a su fín y compramos billetes para el Ferry que nos llevará al Nido, ciudad que se encuentra en el norte de la isla de Palawan. Isla elegida hace unos años como el mejor destino isleño del mundo y con paisajes comparables a los del sur de Thailandia o la Bahía de Halong en Vietnam. Pero ese nuevo destino será ya objeto de una nueva entrada del blog. 

Hasta entonces, gracias a todos por seguirnos. 

P.D. No sé si podré publicar las entradas con fotografías ya que las conexiones a internet que estamos encontrando son extremadamente lentas. En caso de subirlas sin fotos intentaré actualizarlas en cuanto sea tecnológicamente posible ;-)
Leer entrada completa...

13 de abril de 2016

Manila City

Manila. Capital de Filipinas y ciudad caótica donde las haya. Sus 12 millones de habitantes la convierten en unas de las capitales más pobladas de planeta. 

Una vez salimos de la terminal del aeropuerto conseguimos dos taxis que nos hacen una excitante carrera hasta llegar al alojamiento de la primera noche. El tráfico, pues como toda ciudad del Sudeste asiático que se precie, se autorregula solo. Predomina la ley del que antes se eche atrás y termine cediendo el paso. Aquí el claxon es un elemento habitual de la conducción que significa algo diferente en cada situación: ¡apártate! ¡cuidado que adelantó por la derecha! ¡corre! Y muchas más.

Los apartamentos que hemos reservado están muy cerca del barrio de Makati, barrio financiero de Manila. Es un establecimiento recién reformado en mitad de una calle muy humilde de casas de planta baja atendido por un personal especialmente amable. Nos acomodamos, nos damos una gratificante ducha para arrastrar el jetlag y tantas horas de viaje y decidimos echar una siesta para recuperar algo de sueño.

Siendo ya medio día salimos a conocer un poco la ciudad, sobre todo el barrio central más histórico, conocido como "intramuros", donde se asentaron los primeros pobladores españoles allá por el año 1571. Denominado intramuros al espacio interior delimitado por una muralla circular situada al lado del río Pasig. Desde este discreto barrio inicial surgirían de manera concéntrica el resto de barrios hasta convertirse en la gran urbe que es hoy en día.



Nuestra llegada al barrio la hacemos en un taxi con capacidad para 6 personas. Por lo menos eso es lo que reza en sus puertas: 5 pasajeros (más conductor claro está). Aunque esa es la teoría (o lo que legalmente está establecido). La realidad es que es un turismo como cualquier otro en el que nos metemos cual sardinillas en lata. Cinco "pequeños" ocupantes que nos colocamos cómo podemos aguantando la respiración hasta nuestra salida.

Nos bajamos en la plaza de la catedral y entramos a visitar el templo. Damos una vuelta por el interior en cuya nave principal se está celebrando una típica boda filipina. Sorprende en una de las capillas laterales una réplica de La Piedad de Miguel Ángel realizada en mármol.

Desde la catedral nos bajamos por la calle principal, salpicada de edificios coloniales hasta la iglesia de San Agustín. Iglesia que según cuentan los libros de historia es el único edificio que permaneció en pie después del bombardeo del que fue víctima la ciudad de Manila en la Segunda Guerra Mundial. La iglesia está anexa a un monasterio y jardines de la orden de los Agustinos, orden profundamente arraigada con la historia, los orígenes y la educación de este país.



Comprobamos lo que ya nos habían comentado y es que anochece bastante pronto. Para las 18:15horas aproximadamente ya comienza a ponerse el sol y para las 18:40 se ha hecho completamente de noche. Cogemos de nuevo un taxi para volver a la zona de Makati donde cenamos en una plaza popular rodeada de puestos donde se pueden pedir todo tipo de platos locales a buen precio. Todo ello aderezado por una orquesta que toca y canta en directo acordes de Guns&Roses, Scorpions y otros "grandes éxitos". 

Después de la cena nos ocupamos en conocer las calles de bares de Manila, andando arriba y abajo por la calle Burgos, donde se acumulan la mayoría de locales de vida nocturna. Nos familiarizamos con la carta de cervezas locales, sobre todo con la "Red Horse", cerveza de casi 8º de la compañía San Miguel de la que damos buena cuenta. En búsqueda de más lugares cogemos otro taxi que nos lleva a varias calles que debieran tener también algo de vida, pero tras varias intentonas en diferentes lugares, terminamos 45 minutos más tarde, plegados de nuevo los cinco en el mismo taxi, en la misma calle Burgos de la que partimos. Así que desistimos de buscar ningún otro lugar y continuamos la noche en Burgos Street.



Ya de regreso al Hotel vamos a tener otra de las aventuras del viaje. Nada más irse el taxi me doy cuenta de que mi móvil se ha debido caer dentro. Entre que íbamos de nuevo los 5 dentro del mismo taxi, que llegamos con ganas de salir cuanto antes y de subirnos a dormir... Mala combinación.
Taxi que no hemos llamado por teléfono sino que cogimos en la calle. No sabemos compañía. Ni matrícula. Ni nombre del conductor.... Panorama que pinta poco halagüeño para recuperarlo. Hablamos con el personal de recepción e intentamos visionar una cámara de seguridad que tienen en la entrada, pero es imposible ver el número de taxi. Gracias a este episodio nos enteramos de cómo funcionan los servicios de taxi, las miles de compañías que operan y lo más frustrante de todo, la imposibilidad de localizar el taxi que nos ha traído de vuelta. El servicio de localizar el móvil tampoco funciona al no tener conexión de datos móvil, por lo que no puede mostrar su ubicación. Así que dando el móvil por perdido nos vamos a dormir. 

Aprovecho por tanto para informaros a los que nos seguís por el blog, que no tendré móvil para poder contactar, pero que sigo escribiendo a través del móvil de mis compañeros de viaje. Veremos qué nos depara mañana, que iniciamos viaje hacia la isla de Corón (Busuanga).

Leer entrada completa...

10 de abril de 2016

Comenzando nueva aventura

Bueno, pues casi un año después de nuestro último viaje largo aquí estamos rumbo a un nuevo destino. Esta vez ha sido Aitor el que lanzó la propuesta del lugar y si habéis leído la etiqueta de la entrada, ya lo habreís adivinado, sí, eso es, FIlipinas. 5 años después, de vuelta al Sudeste asiático.

El viaje se empezó a gestar allá por el mes de diciembre y la idea de materializó en enero cuando compramos los vuelos. Inicialmente, Aitor, Aberto y yo, los tripulantes de la autocaravana islandesa al completo. Si conseguimos sobrevivir a 21 días de convivencia en 10 metros cuadrados itinerantes, esta claro que podemos viajar juntos.

A los pocos días, tenemos dos incorporaciones  en el equipo: Alejandro y Nacho, que seducidos por el atractivo destino, se unen a la aventura. Queda así conformado el grupo de viaje para esta edición "Willy Fogral 2016", aunque ya os adelanto que no será la única edición. Pero paciencia, de momento, al que estamos.

Este año hemos cambiado nubes y lluvias por sol, paisajes lunares por playas paradisíacas y agua en estado sólido por su estado líquido. Pasaremos de los grados bajo cero a sobrepasar los 30. Rumbo directo al verano.

El viaje no está muy definido. Tenemos una idea aproximada de la ruta que seguiremos y algunos de los lugares que queremos visitar, pero preferimos que el viaje se vaya dibujando sobre la marcha, en función de lo que veamos, lo que nos apetezca en cada momento y las experiencias que compartan con nosotros cuantas personas se vayan cruzando en nuestro camino. Tenemos reservado el alojamiento para la primera noche y a partir de ahí, el destino proveerá :-)



Las primeras 24 horas de viaje son desplazamientos, y aún sin apenas habernos puesto en movimiento ya tenemos la primera anécdota del viaje: Aitor y yo a punto estamos de perder el autobús en Pamplona. Y no porque llegáramos tarde, que estábamos con el tiempo suficiente, sino porque al estar cerrada la estación por la noche (el nuestro sale a las 01:00 de la madrugada) el autobús parte de una dársena recóndita que no está señalizada y que descubrimos en el último minuto (creedme cuando digo lo de "último").
Llegamos así a Tudela donde recogemos al resto de la expedición y nos ponemos rumbo a Soria, donde cambiaremos de autobús y de chófer, despidiéndonos del "artista" que llevábamos hasta ahora, capaz de simultanear coger el teléfono o atusarse el flequillo con un peine mientras realiza las labores de conducción.
El tramo Soria-Terminal T4 del aeropuerto de Madrid se realiza en el más absoluto silencio, solo roto por nuestras anécdotas y carcajadas, avivadas por la emoción de comenzar este nuevo periplo. Finalmente los 25º de temperatura ambiental y la soporífera música hábilmente seleccionada por el conductor terminan por hacernos su efecto y cabeceamos a derecha e izquierda hasta despertarnos al final del trayecto.

Ya una vez en la T4 cogemos el primer avión, de los tres que nos llevarán a la ciudad de Manila.  Nos despedimos de nuestras maletas con la esperanza de que el reencuentro sea feliz y pronto. 
Madrid-Dusseldorf en tiempo, sin incidencias y con espacio en nuestras piernas suficiente como para hacer llevaderas las escasas dos horas y media de vuelo. Las escalas programadas son bastante cortas por lo que esperemos no acumular retrasos.



De Dusseldorf salimos puntuales y encaramos el que será el vuelo más largo de los tres: 10 horas y media hasta Hong Kong. A partir de aquí abandonamos Iberia para volar con Cathay Pacific, compañía desconocida hasta la fecha y de la que sólo podemos hablar bien, sobre todo de la atención de su personal y de su servicio de catering a bordo. Creedme si os digo que Aitor y Alberto han sometido al mismo a una prueba de resistencia extrema, degustando intensa y continuadamente de toda clase de refrigerios, snacks y bebidas espirituosas (vuelo promocionado por Bacardi). También ha quedado desmontada la falsa creencia existente entre los viajeros de que el alcohol a bordo se sube a la cabeza mucho antes que en tierra. Con motivo de tan científico propósito nos hemos visto obligados a ingerir cantidades nada desdeñables de ron con cola y dejar en evidencia tan inconsistente creencia. El aspecto más sorprendente del estudio ha sido conseguir que las asiáticas azafatas abran sus diminutos ojos como platos cuando preguntaban: "¿another rum?" (¿Otro ron?). 
El confortable avión, la posibilidad de pasear en vuelo y la amplia variedad de contenido multimedia disponible de manera individual en nuestra pantalla táctil hacen de este largo vuelo una experiencia muy llevadera.
Llegamos a Hong Kong a la hora prevista y en apenas 50 minutos estamos ya en la fila de embarque para el que será nuestro ultimo vuelo de hoy con destino a Manila. 

El vuelo final resulta más corto de lo esperado, quedándose en 1 hora y 20 minutos en lugar de las 2 horas y 10 minutos que indicaban en la reserva.  

Y así, 27 horas y 6 usos horarios después, llegamos a nuestro destino dispuestos a conocer y disfrutar de todo cuanto este país tenga preparado para nosotros. 

P.D. Entradas escritas desde mi teléfono móvil, así que perdonad errores ortográficos o de puntuación que puedan aparecer. 

Leer entrada completa...