22 de abril de 2016

Malapascua

Increíble, pero aquí estamos. Son las 21 horas aproximadamente y hemos conseguido llegar hasta nuestro destino. Si recordáis, nos quedábamos intentando llegar hasta la isla de Malapascua en un solo día. Y aquí estamos. Todo ha salido rodado y hemos conseguido encadenar los tres medios de transporte que necesitábamos, de manera satisfactoria. 
Primero el avión desde Puerto Princesa a Cebú. Salimos con casi una hora de retraso pero ganamos algo de tiempo en vuelo. Una vez en Cebú negociamos directamente en la terminal del aeropuerto un taxi para los cinco que nos lleva hasta el puerto de Maya, en el extremo norte de la isla.
La experiencia en taxi, pues eso, toda una experiencia. Salir del aeropuerto de Cebú, nos cuesta aproximadamente una hora. Coches y motos por todos lados. El tráfico atascado. Y para colmo, agentes regulando el tráfico en cada cruce que en muchas ocasiones no permitían a nuestro chófer girar donde quería. 
Resultado: nos lleva 4 horas recorrer los 130 kilómetros que separan el aeropuerto de Cebú con el puerto de Maya. El trayecto no tiene mucha pérdida. Una vez que salimos del atasco el recorrido no es más que una sola carretera recta. Que hayamos contado solo hemos realizado 3 giros en 3 cruces que nos hemos encontrado en el camino.



Cuando llegamos al puerto es ya de noche. Hay varios taxis vacíos aparcados y muchos barcos atracados. Un grupo de unos 15 adolescentes filipinos (no tendrán más de 16 años) se concentran en una pequeña caseta. En cuanto nos ven con las mochilas a cuestas se acercan a nosotros ofreciéndonos un bote para pasar a la isla de Malapascua por una cantidad que nos parece desorbitada. Tras un rato de negociación conseguimos pagar lo que inicialmente nos decían como imposible. Aquí, la actividad del regateo es imprescindible. Se nota que la principal fuente de ingresos es el turismo, al cual cuidan e intentan engañar a partes iguales. 

El bote resulta ser un banco que transporta mercancías para los resorts de la isla y aprovechan para sacar un sobresueldo pasando turistas. En el barco tenemos la suerte de que viaja una chica filipina que trabaja en un resort y que nos lleva hasta él, por un precio muy interesante. El sitio completamente nuevo no está en la playa, sino en el interior, pero a su favor decir que las instalaciones, la habitación y el baño son de lo mejor que hemos encontrado durante el viaje. 

Los días en la isla de Malapascua se suceden disfrutando de la tranquilidad local, de su playa, de algún resort con piscina y de masajes improvisados en cualquier lugar. Nuestro momento preferido del día es de las 17:30 a 19:30 horas, en el que el sol ya se ha retirado, la temperatura desciende algunos grados y proliferan numerosos lugares en los que tomar algo en la playa tumbados en una hamaca de mimbre o sentados en enormes puffs de vistosos colores. Sentados o tumados en torno a una mesa de madera iluminadas por la cálida luz de una vela tomamos toda clase de batidos naturales y cervezas locales, San Miguel, por supuesto. Hay que reconocer que el monopolio que tienen es total. Quitando alguna cerveza de importación europea o americana que hemos visto en algún bar muy turístico en el resto solamente encontramos la marca San Miguel.



Uno de los días realizamos una excursión a la isla de Kallangaman. A una hora y media en bote de la isla de Malapascua. Si alguien te pregunta el concepto de isla paradisíaca.... esta saldría como ilustración de la definición en el diccionario. Ya desde que se comienza a dibujar la silueta según nos acercamos se adivina la majestuosidad del sitio. En mitad de una vasta extensión de agua en calma se observa una pequeña isla que apenas alcanza unos metros de altura sobre el mar, rodeada por completo de fina arena blanca (que luego resultaran ser pequeños restos coralinos) y salpicada en su interior de verdes palmeras y cocoteros que se dirigen en todas las direcciones del espacio. Algunos de ellos desafían a la gravedad con prácticamente todas sus raíces fuera, inclinados, pero resistiéndose a caer sobre la arena. Alrededor de ella, la tonalidad azul intenso del mar desciende varios tonos, hasta arrojar un color turquesa que parece brillar con luz propia. 
Durante nuestra aproximación en bote tenemos la suerte de ver un grupo de delfines que saltan y juegan sobre la superficie del agua. A la vuelta, además, veremos también peces voladores que, al paso de nuestro bote, escapan hacia los lados con vuelos de hasta 50 o 70 metros a ras del agua, antes de caer y sumergirse de nuevo. 

El día en la isla transcurre con tranquilidad y relax. Aprovechamos para recorrerla a pie de un extremo a otro y para nadar desde la mitad hasta uno de sus extremos. El baño se recomienda hacerlo solamente en uno de los laterales, debido a las fuertes corriente que los guías nos indican que hay en el otro lado y en ambos extremos. 



Simultáneamente, Nacho, nuestro intrépido buceador del grupo, aprovecha para hacer tres inmersiones en proximidades de la isla de Malapascua. Una de ellas para ver a los tiburones zorro que se dan en esas aguas. Nos cuenta la experiencia impresionado y emocionado por haber podido ver de cerca a estos escualos. 

Además de todas estas experiencias la isla nos oferta también una de las mejores experiencias gastronómicas que hemos tenido, tanto por precio como por calidad. Si alguien viene alguna vez hasta aquí, recomendamos encarecidamente acudir al restaurante Gins Ginas. Todo cuanto hemos probado de su carta local está muy bueno y a uno de los precios más baratos que hemos pagado en todo Filipinas.

La isla ya no tiene mucho más que ofrecernos. Curioso resulta recorrer sus calles, por llamarlas de alguna manera. Alejandro las asemeja a los pequeños caminos que hacen las lindes de los huertos de La Mejana (zona de huertas de Tudela) y la verdad es que no le falta razón. Son pequeños callejos serpenteantes, delimitados por juncos, cañas o bloques de hormigón, de apenas un metro de ancho en algunas zonas y todos llenos de arena de playa como firme. Sin apenas iluminación, resulta curioso ver cómo para el segundo día nos movemos con absoluta soltura, yendo de un sitio a otro e incluso permitiéndonos el lujo de encontrar atajos. 



Nuestra última mañana en la isla no la comenzamos demasiado temprano. Desayunamos en nuestro restaurante predilecto para después desandar el camino que nos trajo hasta aquí. Nuestro destino hoy es llegar a Oslob, zona cercana a la ciudad de Santander, en el extremo sur de la isla de Cebú. Pero nuestra aventura para llegar hasta allí y lo que el viaje nos depare en esa nueva zona será objeto ya de una nueva entrada. 

1 comentario:

  1. Día tras día una nueva aventura! Seguid disfrutando y exprimirlo al máximo!!!!

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