20 de abril de 2016

Puerto Princesa

Entrada corta pero intensa. Así podríamos resumir el día de hoy. Día que comienza muy temprano. Nuestra furgoneta-taxi nos recoge a las 03:45 de la mañana en la puerta del hotel en el que nos alojamos. Nos sorprende la puntualidad, ya que estábamos convencidos de que la espera sería larga. 
Nos acomodamos en el interior intentando ponernos lo más confortables posible, dentro de las limitaciones que poner 4 filas de asientos confiere a una furgoneta de estas caracaterísticas.
Sobre las 04:00 horas estamos saliendo de la ciudad de El Nido y comienza un auténtico rally por las carreteras de la isla de Palawan rumbo a Sabang. Las carreteras son serpenteantes y llenas de cambios de rasante haciendo el trazado muy parecido al recorrido de una montaña rusa. Pero lo realmente impresionante es como el conductor se mete en el papel de Carlos Sainz apurando las marchas, pisando el acelerador y haciendo adelantamientos imposibles. Las reglas de circulación adquieren una nueva dimensión en estos países. Que viene uno adelantando de frente... pito. Que voy a adelantar y no veo si viene nadie... pito. Que voy a saltarme un semáforo en rojo... pues también pito. 
Dormir a bordo se convierte en misión imposible. Entre los pitidos, la velocidad, la irregularidad del firme y los volantazos en los adelantamientos no hay quien consiga mantenerse en la misma posición más de 5 minutos.

Tras cinco horas de viaje y una breve parada para desayunar, llegamos a nuestro destino, o eso creemos. Nuestro taxi se detiene en un apeadero parcialmente cubierto por una destartalada marquesina y el conductor nos dice que nos bajemos. Le preguntamos si ya hemos llegado y nos dice que no, pero que su viaje acaba ahí, que él continúa para Puerto Princesa y que debieran venir a buscarnos pronto. ¿Quién? No sabe. ¿Cuándo? Tampoco.

De nuevo volvemos a confíar en que alguien vendrá a por nosotros. Vemos una sucesión constante de furgonetas turísticas dirección al río subterráneo. A una de las que para le mostramos el pequeño ticket con el nombre de la compañía con la que hemos contratado la excursión y nos dice que vendrá dentro un rato, tiempo que no sabe precisar. Finalmente acaba apareciendo una furgoneta similar a la que nos ha traído hasta aquí, pero esta con todas su plazas ocupadas por turistas con sus respectivas maletas. Resulta curioso comprobar cómo aquí los problemas y las adversidades no les preocupan, y como además terminan siempre haciéndolas tuyas y nunca suyas. ¿Qué no coge el equipaje en la furgoneta? Pues allá tú. O te lo pones en los pies o lo llevas encima. Así que ya os podéis imaginar, 12 personas con sus respectivos equipajes en una furgoneta. 



Desde donde nos ha cogido nuestra guía hasta que llegamos a la costa oéste tenemos 36 kilómetros, que tardamos algo menos de una hora en recorrer. Allí entramos en el Parque Natural del Río Subterráneo de Puerto Princesa, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En concreto, vamos a visitar una parte de dicho río subterráneo que da nombre al parque. El Río Subterráneo de Puerto Princesa fue elegída una de las 7 maravillas naturales del mundo, y pasará a ser la segunda que hemos visto, tras visitar la Bahía de Halong cuando estuvimos en Vietnam. 
Se trata del mayor rió subterráneo del mundo, que discurre bajo la montaña de St Paul, de aproximadamente 1000 metros de altitud. Las múltiples lluvias caídas a lo largo de miles de años han hecho que el agua filtrada haya ido disolviendo y arrastrado diferentes minerales y favoreciendo la formación de cuevas, cavernas y pasadizos en su búsqueda de la salida al mar. En línea recta son más de 8 kilómetros navegables, aunque en la visita de hoy nosotros vayamos a hacer únicamente los 1.5 kilómetros finales. Son los únicos que están acondicionados para visitarlos por el público, quedando el resto para expediciones geológicas y permisos especiales para su exploración. En total, según cuentas los guías, sin sumáramos todos los ramales, grietas y grutas suman más de 30 kilómetros bajo la montaña.

Su interior es una maravilla natural en sí misma, con multitud de animales y minerales que viven en la más completa obscuridad. De hecho, hasta existe un mineral, formado por los restos de los excrementos de los murciélagos mezclados con calcita, que fue descubierto por primera vez en este lugar.



El viaje por su interior lo hacemos en un bote de remos para 10 personas llevado por un guía, una audioguía en nuestro idioma y como iluminación únicamente un frontal led en la cabeza del guía.
A pesar de que al visitar solo una parte del mismo se pueda entrar con la sensación de que no se va a ver mucho, la verdad es que no se puede estar más equivocado, ya que es realmente un recorrido enorme. Sorprenden y maravillan las caprichosas formas que la roca ha ido adquiriendo en su interior. Formas imposibles, rocas que se retuercen, estalactitas que se juntan con las estalagmitas del suelo formando columnas imponentes. Formas que parecen salidas de la mente de un genial arquitecto y ejecutadas a la perfección por la madre naturaleza. Algunas de las cavidades por las que pasamos sorprenden por su grandiosidad. Varias de ellas más altas que la cúpula de una catedral, perdiéndose el haz de luz sin llegar a iluminar el final. Por un momento uno retrocede en el tiempo y se siente como debieron sentirse los que accedieron a esta cueva por primera vez, en sus botes de juncos y bambú en su afán por descubrir lo desconocido. 

El ruido en el interior es una sinfonía de aullidos y chillidos de murciélagos en su intento de orientarse, buscar la salida o localizar pequeños insectos en vuelo con los que alimentarse. 



Y así, tras casi una hora en su interior, volvemos a salir al ardiente sol del medio día. La tarde la emplearemos en volver, con la furgoneta que nos ha traído, a Puerto Princesa, ciudad más grande de la isla de Palawan. Allí nos alojamos en un hotel (por llamarlo de alguna manera) muy cerca del aeropuerto (eso sí tiene de bueno). El baño de nuestra habitación parece salido de una película de terror. Además, descubrimos que no estamos solos y que hemos alquilado junto con la habitacion varias decenas de mosquitos que campan a sus anchas. Baygon en mano salimos victoriosos de una guerra por el control de la habitación asegurándonos ser los únicos inquilinos que vamos a hacer noche. 

Andamos un poco por sus calles céntricas, cenamos y tomamos una cerveza en lugar donde actúan en directo las primas asiáticas de las Supremas de Mostoles en su versión amateur. Tras dos interpretaciones de chillos a todo volumen, decidimos que ya es suficiente y damos por finalizada la noche, retirándonos a descansar después de un día que ha comenzado demasiado temprano. 

El día siguiente va a ser un día invertido únicamente en desplazarnos. Objetivo: llegar a la isla de Malapascua. Para ello tendremos que coger un vuelo de Puerto Princesa a Cebú. Allí conseguir un autobús o un taxi que nos lleve hasta Maya, extremo norte de la isla, desde donde coger un bote que nos cruce hasta la isla de Malapascua. Demasiadas cosas para un día. Veremos hasta dónde llegamos. 

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