18 de abril de 2016

El Nido

Nuestro Ferry espera. O más bien al contrario. Porque aquí nunca sabes quien espera a quien. Pueden estar los pasajeros, el avión, el Ferry.... y tardar más de una hora en salir sin motivo aparente. Nos empezamos a amontonar en una especie de sala de embarque a la espera de que nos den la orden de embarcar. Con más de una hora de retraso recorremos la estrecha pasarela de metal que nos sube al que será nuestro medio de transporte durante las casi siete siguientes horas.  

El Ferry es una embarcación de madera con capacidad para unas 80 personas que se disponen entre un banco corrido acolchado que recorre todo el lateral interior y unos bancos de plástico. Comprobamos como los Filipinos están mucho más preparados que nosotros para dormir en cualquier lugar o dejar pasar el tiempo sin hacer nada con absoluta  tranquilidad. 



Pasado el medio día desembarcamos en la pequeña y turística ciudad de El Nido, en el final de una bahía flanqueada por escarpadas montañas completamente cubiertas de vegetación. El espacio que disponen para construir es realmente escaso, ya que la orografía del terreno enseguida levanta unas paredes rocosas que impiden continuar el asentamiento humano pasado ese punto. 

Una vez conseguido alojamiento, duchados e instalados invertimos la tarde en caminar por las calles del centro, cambiar moneda y tomar algo en alguno de los muchos locales que extienden sus dominios hasta casi la línea donde rompen las olas en la playa. Dejamos cerrado el plan para los próximos 4 días contratando algún tour en una especie de agencia de viajes local (dicho así suena a algo perfectamente organizado, cuando realmente se trata de una pequeña caseta de bambú en medio de una calle atendida por una adolescente de 17 años). 

La noche dará mucho de sí a pesar de las escasas opciones que tenemos. Primero nos damos el lujo de cenar en un restaurante en la playa. A la entrada del restaurante se suceden  estanques y recipientes con toda clase de animales marinos. Seleccionamos 3 langostas que pesan en torno a los dos kilos de peso y nos sentamos a tomar una cerveza mientras cocinan a los pobres animales. El reto consiste en dar cuenta de nuestro manjar sin tenazas ni ningún instrumento que ayude a romper su cáscara y sus patas. Como colofón nos dirigimos a otro bar de playa donde escuchamos a un grupo local en directo versionando canciones internacionales   Finalmente damos con nuestros huesos en otro local donde otro grupo en directo mueve a los turistas y locales a ritmo de Bob Marley y otros éxitos del reagge. Allí conocemos a un grupo de 11 bomberos españoles que están de viaje como nosotros. Una vez finalizada la actuación del grupo en directo, el local se transforma en una disco abierta a la playa donde un bilbaíno es el encargado de seleccionar las canciones que se van sucediendo una tras otra hasta altas horas de la madrugada. Siempre resulta sorprendente ver cómo el ron con coca cola mejora las conversaciones en inglés más que un curso intensivo en Cambridge. 

El día siguiente será un día "buffer". Llámese a esos días que se invierten en no hacer nada en mitad de un viaje y que sirven para descansar, dormir, pasear sin ningún destino y empaparse de la vida y las costumbres locales. 



El fin de semana va a ser de actividad constante. Comenzamos a disfrutar de los tours contratados. En concreto hemos seleccionado el Tour A y el Tour C de los 4 que hay disponibles, que incluyen la visita a múltiples islas. La noche la vamos a pasar en una playa desierta donde dormiremos en tienda de campaña. 

Los tours se convierten en una sucesión de lugares y playas paradisíacas. Un mar en calma separa las diferentes islas que surcamos en nuestro pequeño bote. Una embarcación para unas 10-12 personas con 3 tripulantes que nos hacen de guías y cocineros al mismo tiempo. Imagino que habrá más sitios como este para hacer snorkel, pero he de decir que nunca había estado en ninguno igual. El mar arroja todas la tonalidades e intensidades de azul que podáis imaginar. Desde el bote se divisa sin problemas el fondo marino a través del agua cristalina. Una vez nos sumergimos dentro, la sensación es la de haberse caído en un acuario. Multitud de peces y especies marinas aparecen y desaparecen por todos lados. Seguimos aprovechándonos de Nacho para conocer tipos y nombres de peces. La temperatura del agua, caliente todo el tiempo, solo es interrumpida de vez en cuando por alguna corriente más fría, que sirve para ser conscientes de su calidez. Es imposible centrar la vista en un punto concreto. Nuestros ojos van de un lado a otro dentro de nuestra máscara intentando captar toda la vida que se da a nuestro alrededor. Uno tiene la sensación de flotar, de volar, de que el tiempo se detiene y de que se tiene la suerte de estar disfrutando de una de esas experiencias únicas e irrepetibles con las que de vez en cuanto te recompensan los viajes. 



Pasar la noche en la isla va a ser una nueva aventura. Estamos llegando a un nivel máximo de confianza en el pueblo filipino. Nos dejan a los 5 en la playa de una isla y el barco se va a dejar al resto de los que nos acompañaban a la ciudad de El Nido. Nos prometen volver enseguida con la cena y las tiendas de campaña. Así que nos instalamos y esperamos a que cumplan su promesa. Conforme avanza el tiempo y no aparecen no podemos evitar bromear con qué ocurriría si no volvieran, o como han podido sobrevivir los náufragos en islas como estas.
Nos damos un baño y aprovechamos para fotografiar una de las puestas de sol mas sorprendentes que haya visto nunca.
Finalmente aparece nuestro barco con una sorpresa. Tres de las chicas que han hecho el tour con nosotros se han venido también a pasar noche. Montamos las tiendas. Nos preparan la cena y disfrutamos de la sensación de acampar en plena playa. El mar, además, nos obsequia con un pequeño regalo: unos diminutos peces bioluminiscentes que emiten una intermitente luz al acercarse a la playa. De postre ron de marca desconocida con coca cola para amenizar la noche. Algo de música, risas y también tiempo para sentarse y disfrutar del cielo estrellado y del paisaje. 



Así transcurre la noche, mejor para unos que para otros en cuanto a dormir se refiere. Entre el viento que agita la tienda desde fuera y los ronquidos que lo hacen desde dentro, unido a que dormimos directamente sobre la arena, hace que el sueño no sea del todo reparador para algunos. 

Y con estas experiencias nuestros días en El Nido llegan a término. Siguiente destino Puerto Princesa. 





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