24 de abril de 2016

Oslob y sus tiburones ballena

Suena el despertador a las 05:45. Madrugón. Afortunadamente no estamos muy lejos de nuestro destino ya que ayer conseguimos alojamiento muy cerca de nuestro objetivo: el centro de visitas del tiburón ballena de Oslob.

El día de ayer fue un día de viaje, y como empieza a ser habitual en este país, día de desplazamiento, día perdido. Aunque tampoco se puede decir que sea completamente perdido. El hecho de cruzarnos la isla de Cebú completamente de norte a sur, nos permite observar la vida local a nuestro paso por barrios, pueblos y ciudades. Actividad frenética y caótica en la carretera y en sus alrededores. Y de nuevo volvemos a quedarnos sorprendidos de cómo la ordenación del tráfico es desordenadamente ordenada. Visto desde el aire, la escena tiene que asemejarse al trabajo constante de un hormiguero, en el que todas sus integrantes se mueven diligentes de un lado a otro sin estorbarse ni molestarse, dando la sensación de representar una coreografía perfectamente ensayada.

A última hora de la tarde, una vez puesto el sol, llegamos a nuestro destino, la zona de Oslob. Allí, tras un rato de búsqueda saltando de alojamiento en alojamiento, acabamos en unas pequeñas construcciones al lado de la playa y del centro de visitas del tiburón ballena, que será nuestra actividad para el día de hoy. El pequeño alojamiento está regentado por Rosita, una mujer filipina que probablemente tenga menos edad de la que aparenta, que nos trata con un cariño y una dedicación digna de resaltar. Si alguna vez llegáis hasta aquí, preguntad por ella. Os lo recomendamos. Además del alojamiento, nos soluciona el desplazamiento de mañana, facilitándonos enormemente nuestro viaje hasta la isla de Panglao, al ofrecernos un transporte por mar directo que no aparece en ninguna guía de viajes y que nos ahorra cuatro intercambios, tiempo y dinero.



Para las 06:00 de la mañana ya estamos en el centro de visitas. Nos han dicho que acudamos temprano porque al ser sábado el número de turistas extranjeros y locales que se acercan para visitar al pez más grande del mundo se incrementa considerablemente. Como os decía, el tiburón ballena está considerando el pez más grande del mundo, puede llegar a medir 12 metros de longitud y pesar 19 toneladas. A pesar de la fama que los tiburones pueden tener en cuanto a su agresividad hacia las personas, éste en concreto, se le considera completamente inofensivo. Se alimenta únicamente de plancton que filtra de las grandes cantidades de agua que absorbe por su boca.

Contra todo pronóstico, y a pesar de toda la gente que hay ya en el centro, para las 06:15 nos llaman y nos dirigimos ya hacia el bote que nos va a llevar a la visita. Consiste en dirigirnos con los botes a unos 20 metros de la playa, hasta donde los tiburones ballena han cogido la costumbre de acercarse para recibir el alimento que, desde otros botes, los guías les van echando. Unos diez botes llegan hasta el lugar donde se va a interactuar con ellos. Los botes se van encordando unos a otros estableciendo una línea, a lo largo de la cual, van subiendo y bajando las barcas que echan el alimento, consiguiendo así que los tiburones se paseen arriba y abajo delante de las barcas de cuantos nos hemos acercado hasta allí.
Las opciones de visita son varias: inmersión con botella, nadar con ellos con máscara y snorkel o verlos desde la barca. El precio varía según la opción elegida y también, según se sea extranjero o local. Nosotros, y prácticamente la inmensa mayoría de los que van con nosotros, hemos elegido la opción de nadar con ellos con snorkel. Así que una vez encordadas las barcas, nos echamos al agua con una mezcla de tensión, nervios y expectación. Apenas dos minutos después, vemos como una grandiosa silueta comienza a acercarse y vemos pasar a escasos metros de nosotros un inmenso escualo (aunque dicen que este es pequeño) de unos 4-5 metros de largo.



Os podéis imaginar que la sensación es indescriptible. Verse uno nadando, a tan escasos metros que casi se le puede tocar, de una criatura tan grande, te hace sentir terriblemente pequeño. Es inevitable sentir una sensación de profundo respeto cuando ves pasar su silueta ante ti. 
Esta ha sido sin duda una de las grandes experiencias del viaje, y es uno de los pocos lugares del mundo en los que se puede llevar a cabo. No deja de ser algo parecido a un zoológico, y aunque los animales están en libertad, la intervención del hombre asoma por todos los aspectos de la experiencia. Existen, de hecho, numerosos ecologistas y organizaciones que están en contra de estas prácticas porque anulan la capacidad de estos animales para buscar alimento por sí mismos e incluso modifican sus movimientos migratorios, al verse que tienen la comida asegurada con estas prácticas. Sea como fuere, no parece que sea un actividad que se vaya a modificar, a la vista de cuan rentable se antoja para las autoridades locales.

Una vez finalizada la experiencia, que no nos lleva más de una hora, acudimos al bar de nuestra anfitriona Rosita, para desayunar en una terraza mirando al mar y viendo como los turistas se suceden interminablemente en su visita a los tiburones.

Como os anticipaba antes, gracias a Rosita hemos conseguido un barco que cruza directamente a la isla de Panglao. Ahorrándonos así el taxi hasta Loli-An, de ahí cruzar en bote a Sibulan, ahí coger un taxi hasta Dumaguete, desde ahí un barco rápido hasta Tagbilaran y de ahí en taxi hasta la playa de Alona Beach en la isla de Panglao. Como veis el ahorro de trasbordos, tiempo y dinero es considerable, máxime conociendo ya como son los transportes en este país.



Llega uno de los momentos que estábamos evitando desde el inicio del viaje, y es la despedida de dos de los integrantes del grupo. Alejandro y Nacho se despiden hoy de nosotros, ya que ellos tienen el viaje de vuelta a España para mañana, no pudiendo finalizar el resto de la aventura con nosotros. La despedida es rápida ya que nuestro transporte espera, pero tanto a los tres que nos quedamos, como ellos dos que se marchan, nos invade una sensación de tristeza. Unos por perder a dos magníficos compañeros de viaje y otros por no poder continuar la última semana que nos queda. Quiero, desde esta entrega del blog, agradecer el buen viajar que hemos tenido con ellos. No habíamos viajado nunca juntos, pero si hubiera que resumirlo en una palabra, sería: fácil. Y es que en tantos días, con todas las decisiones que hemos tenido que tomar, contratiempos, cambios, adaptaciones y demás, no ha habido ni una mala cara, ni una mala contestación, ni un reproche. Al contrario, todo ha sido siempre consensuado rapidamente, con risas, con ilusión y sacando siempre lo bueno de todas las experiencias que hemos tenido. Sin ninguna duda, el viaje no hubiera sido igual sin ellos. Así que, ¡gracias a los dos! y sobre todo, que coincidamos pronto en otro destino y que hagamos una despida a la vuelta como se merece (Aitor, vete preparado los bogavantes :-)).

El viaje en barco hasta la isla de Panglao resulta, como viene siendo ya costumbre, otra pequeña aventura. El barco, es un Bangka de los que estamos habituados a coger, con capacidad para unas 30-40 personas. Atracado a unos 50 metros de la playa, hay que aproximarse en una diminuta barquichuela con capacidad para 3 personas máximo con sus maletas, remolcado por dos grumetillos filipinos, nadando uno a cada lado. A punto, a punto, estamos de dar con nuestro huesos y nuestra maletas en el agua. Entre lo que se mueve y el oleaje, llegamos milagrosamente hasta el barco, al cual tenemos que encaramarnos con alguna dificultad. El viaje dura unas dos horas y media, durante las cuales se ha parado el motor una vez, y hemos visto que achicaban agua del cuarto de máquinas unas 6 o 7 veces. Algo que a los tripulantes no parecía preocuparles demasiado, pero que digamos que a nosotros no nos ha pasado desapercibido.
Cuando ya parecía que por fin habíamos llegado, el barco no puede aproximarse más a la playa y nos deja como a un kilómetro de la misma. Si, he dicho bien, a un kilómetro. El agua cubre hasta la cintura y todos los pasajeros nos vamos bajando al agua y tenemos que ir caminando hasta tierra firme. Las maletas y mochilas las llevan en el pequeño bote que antes han utilizado para aproximarnos. El trayecto hasta allí está plagado de estrellas de mar, algas, agujeros, piedras, arena y erizos de mar. Algunos pierden o rompen sus chanclas por el esfuerzo de caminar contra la resistencia del agua y tienen que terminar el trayecto andando como si fueran en un campo de minas, intentando evitar los erizos.

Un rato, y un paseo en minibus después, llegamos a la playa de Alona Beach. Playa que según las guías y los turistas es una de las mejores playas de Filipinas. Muchos la asemejan e incluso la definen mejor que las playas de Boracay. De la misma calidad, pero mucho menos turística.



Aquí en la playa de Alona Beach en la isla de Panglao es donde vamos a establecer la base de operaciones para nuestra última semana en Filipinas que ahora comienza. Alternaremos días de descanso y relax en algún resort con excursiones e incursiones a la isla de Bohol, en la que aún nos quedan muchas cosas por ver, deseosos de seguir contándooslas en las próximas entradas del blog.

1 comentario:

  1. como diría un inglés... I´m green with envy!!! disfrutad de lo que os queda. Un beso, Merche.

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