25 de mayo de 2015

No hay dos sin tres.

Amanecemos junto a la playa. Llueve, pero seguro que la situación cambia rápido. Hemos dormido justo al lado del muelle donde sale el ferry para la isla de Heimaey. El viaje hasta el único núcleo habitado dura 35 minutos. El pueblo es Vestmannaeyjar. La entrada al puerto flanqueada por dos escarpados acantilados es espectacular. Es sus paredes anidan y se posan miles de aves, sobre todo gaviotas y hasta conseguimos ver algunos frailecillos. Según hemos leído en la primera semana de agosto es cuando los polluelos de estos coloridos pájaros realizan su primer vuelo, convirtiendo esas fechas en el momento óptimo para verlos.



A nuestra llegada a la isla todavía llueve, aunque cesa rápidamente. Realizamos un trekking hasta un volcán cercano, desde donde se tienen unas vista inmejorables del puerto, del pueblo y de la bahía. La isla rebosa actividad geológica por doquier. Piedras humeantes en la cima del volcán y la arena templada bajo nuestro pies recuerdan su reciente actividad volcánica. La isla fue parcialmente arrasada en la erupción de 1973, cuando todos sus habitantes tuvieron que ser evacuados. De las 1.350 casas de la localidad 417 fueron engullidas por la lava incandescente y otras 400 sufrieron daños de diversa consideración.


Heimaey es una de las dieciséis islas que forman un archipiélago situado frente la costa sur de Islandia, conocido como las islas Vestmann. Hasta el año 1963 estas ínsulas eran quince, pero en noviembre de ese año una erupción surgida del fondo del mar dio origen a una nueva isla, Surtsey.El acontecimiento pudo seguirse incluso por la televisión. Desde su formación la isla fue proclamada un espacio protegido y en julio de 2008 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Hace falta permiso especial para visitarla y esta considerada el trozo de tierra más jóven del planeta.


Volvemos en el ferry del mediodía y llegamos de nuevo a la costa islandesa para comer en nuestras autocaravanas. Después de tantos días de convivencia ya tenemos las rutinas establecidas y nos desenvolvemos a la perfección en un espacio tan reducido pero que tiene todo cuanto podemos necesitar. 

Nos acercamos hasta la cascada de Seljalandsfoss, a pocos kilómetros de donde nos encontramos. A pesar de pasar desapercibida en muchas guías es de una belleza espectacular. Una amplia cortina de agua cae desde 60 metros de altura, añadiendo a su atractivo el poder pasar caminando detrás de ella. Recorrido que hacemos con sumo cuidado por lo resbaladizo del terreno, finalizando completamente empapados.


Nos ponemos en carretera dirección cascada de Háifoss, destino final previsto para hoy. Nos detenemos en la gasolinera de Hvolsvöllur para realzar las tareas rutinarias de mantenimiento del vehículo cuando vamos a toparnos con un nuevo imprevisto. Una vez repostados, y al ir a emprender de nuevo nuestra marcha, nos encontramos con que la autocaravana no arranca. No es que no arranque, es que no se enciende ninguna luz al girar la llave. Comienza la "gymkana" de conseguir asistencia técnica. Llamamos a nuestro comercial y sale el teléfono apagado. Llamamos al teléfono de asistencia 24 horas de la empresa de las caravanas y coemienza un examen de la escuela de idiomas: tema elegido, averías del automóvil y partes del vehículo. Te das cuentas de las limitaciones de un idioma sobretodo cuando tienes que manejarte con lenguaje técnico.
Conseguimos hacernos entender y que nos envíen un "mecánico". Lo entrecomillo, porque lo primero que nos pregunta la persona que aparece una hora después es "¿dónde tiene la batería este vehículo? Con esa pregunta ya intuimos que mucho de estos vehículos no sabe. Guiado por teléfono por su jefe y tras varios viajes a por herramientas y una hora después, conseguimos encontrar un fusible fundido en el bloque motor y hacer que el vehículo vuelva a funcionar. Resultado: tres horas perdidas pero habiendo aumentado nuestro conocimiento sobre los medios que tienen los islandeses para solucionar sus problemas. Primero fue la asistencia sanitaria de urgencia, después la reparación en un taller mecánico y ahora la asistencia en carretera.

Con varias horas de retraso continuamos con el plan previsto, aunque tampoco vamos a poder llevarlo a cabo. Después de recorrer unos 100 kilómetros hasta el acceso a la cascada de Háifoss, tenemos que volvernos muy próximos a su llegado porque el camino de grava de acceso esta arrastrado y desbordado de agua en varios puntos. Desconociendo la profundidad y la firmeza del terreno descartamos el continuar, por miedo a tener que necesitar nuevamente la asistencia en carretera.


Así que desandamos parte del camino y nos adentramos en un camino que encontramos a la derecha indicando la existencia de un área de camping. Llegamos hasta él, y si pensáis en la descripción de un camping fantasma, ese es el camping en el que nos encontramos. No hay nadie. Ni rastro de gente ni de que haya habido recientemente. Todas las parcelas vacías. No hay puerta de entrada al recinto, sino que todo esta abierto. La caseta principal cerrada. Los baños están abiertos, con agua, papel y en perfecto estado. Toda la vegetación está negra, arrasada, quemada. Probablemente como consecuencia de la última erupción del volcán Hekla, que se encuentra en la inmediaciones y cuyo cráter dormido se encuentra cubierto de nieve en estos momentos.

El estado del camping, la similitud de la situación con alguna película de terror conocida como viernes 13, desata la imaginación, los ruidos, las historias de terror y se presta a las bromas, los sustos y el miedo.


Entre historias y anécdotas disfrutamos de ese paraje único siendo conscientes de que poco a poco esta aventura va tocando a su fin y que tan sólo nos quedan dos noches más a bordo de nuestras casas rodantes.

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